lunes, 25 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"

CAPITULO 24
A medida que pasaba el día, Lali seguía ignorando las señales de alarma que se disparaban en su cabeza. Ninguno de los dos sacó el tema de cuándo volvería a casa, o al trabajo, o de lo que estaba ocurriendo entre ellos. Después de haber silenciado sus palabras anteriormente, era como si los dos hubieran llegado a un acuerdo para ignorar el tema por completo y simplemente disfrutar del momento.
Sabía que debía marcharse, que quedarse significaba que al día siguiente sería más duro, pero seguía demasiado cansada y no era sólo su cuerpo, sino también su voluntad la que estaba cansada. No podía seguir negándolo. El deseo que sentía por él era abrumador. Y, tras Haber saboreado las más altas cotas de placer, no parecía ser capaz de renunciar a ello. Simplemente quería sucumbir una y otra vez. Mientras Peter  tiraba de ella, se prometió a sí misma que sólo sería una noche más. Una noche más. Tras sentir sus besos de nuevo, ya sólo pudo pensar en una cosa.
El sonido del despertador asustó a Lissa.
—Maldita sea —gruñó él—. Tengo que irme —pero no hizo ningún intento por salir de la cama; más bien, comenzó a despertarla del todo a su manera juguetona.
Cuando se fue a la ducha, Lissa se quedó en la cama y se sintió horrorizada al comprobar que regresaba a su estado de sopor. Entonces abordó el tema que había estado ignorando durante las pasadas treinta y seis horas.
—Debería irme a casa y al trabajo —dijo cuando él regresó a la habitación.
—No. Aún estás enferma.
Lali se dispuso a contradecirlo, pero un ataque de tos silenció sus palabras. Peter la miró con una sonrisa de «te lo he dicho».
—Al menos debería estar recuperándome en casa —dijo ella con un suspiro—. Ya no tengo fiebre.
—No —la finalidad de su tono era inconfundible. No cabía duda. Estaba acostumbrado a conseguir lo que quería.
—Pitt —insistió ella—. No puedo quedarme aquí.
Peter se inclinó sobre ella, aprisionándola contra la cama, y le dio un beso.
—No puedes irte. No tienes dinero ni ropa, y yo tengo tus llaves —dijo con brillo en la mirada—Duerme un poco. Hablaremos esta noche, ¿de acuerdo?

Sorprendentemente, se quedó dormida casi toda la mañana. Aún tenía tos, y sentía como si la hubiese atropellado un autobús. Aunque no era de extrañar, teniendo en cuenta el ejercicio que había estado realizando durante los dos días anteriores. Sonrió. Peter tenía una vitalidad alucinante.
Mientras buscaba en la cocina algo de comer, se dio cuenta de que estaba deseando que Peter entrara por la puerta. De hecho, estaba contando las horas. En ese momento sonó el teléfono y se quedó mirándolo; sujetando la puerta del frigorífico abierta, aunque no fue eso lo que le provocó el escalofrío. Dejó que sonara y saltó el contestador.
—Soy yo, contesta.
Era Peter. Descolgó inmediatamente, llevada por el instinto. Fue una llamada breve; al parecer Peter no tenía nada importante que decirle. Estaba segura de que la había llamado sólo para asegurarse de que aún seguía ahí.
—Iré a casa lo antes que pueda —dijo él antes de colgar.
A casa.
Lentamente, Lali colgó el auricular y se quedó mirándolo durante unos segundos. ¿Cuál era su casa? Había estado viajando durante casi dos años y le había encantado. Pero su tiempo había acabado. El billete ya estaba comprado. Tenía amigos a los que no había visto en todo ese tiempo y que ya estaban planeando citas para comer. Estaba deseándolo. Pero entonces recordó que el hogar se encontraba allí donde estaba el corazón. En ese momento se le llenaron los ojos de lágrimas. Sabía dónde estaba su corazón: en peligro.
Se apoyó en un taburete mientras empezaba a asimilar las consecuencias de lo que había hecho. Había intentado mantenerse alejada de él porque sabía lo peligrosas que podían ser las aventuras en el trabajo. Pero había sucumbido a la atracción en la privacidad de su casa. Y, al hacerlo, había quedado expuesta a un dolor mucho mayor. Aunque pensara por un momento, sólo por un momento, que él estuviera tan loco por ella como ella por él, aun así no funcionaría porque su vuelo ya estaba cerrado. Iba a tener que despedirse de él. Y, por muy duro que fuera, sería peor si se quedaba más tiempo en su presencia. Decir adiós cuanto antes sería lo mejor.
Su madre había sufrido años de soledad y dolor tras la muerte de su amante, el padre de Lali.
Había muerto cuando ella aún estaba en el vientre de su madre, y su madre apenas era una niña por entonces. Perder a un amante, el amor verdadero, ya fuera por muerte o por circunstancias geográficas, era devastador.
La fuerza de sus emociones le aterrorizó, y supo que la situación iba a empeorar. Realmente se había enamorado de él. Rory tenía allí su trabajo, su familia, su vida. Incluso aunque quisiera, ella no le permitiría renunciar a todo eso. Además, para él no era más que una aventura. ¿Qué le hacía suponer que pudiera ser algo más que una «distracción» de fin de semana?
Las dudas se agolpaban en su cabeza, haciéndole sentir miedo, dándole ganas de salir corriendo.
Regresó al salón y contempló la librería. Necesitaba leer algo durante un rato. La televisión durante el día le resultaba deprimente y, si volvía a la cama, no podría dormir nada por la noche.
Aunque tal vez eso no fuera tan mala idea; ¿una noche de insomnio en compañía de Peter? Mala idea. Tenía que controlar la situación. Se quedó mirando los lomos de los libros, pero no se sentía inspirada. Y entonces vio el álbum en la estantería de abajo. Sabiendo que no debería, aunque incapaz de evitarlo, tiró del álbum y lo abrió. Era Rory desde bebé hasta los dieciséis años aproximadamente. Fue pasando las páginas lentamente, obnubilada por las imágenes, sorprendida de que los rasgos que tanto adoraba fueran tan evidentes desde joven.
Esos ojos verdes, su pelo oscuro y fuerte. Deslizó los dedos sobre una de las fotos. Ningún otro chico debía de tener unos hombros tan anchos. Estuvo a punto de reírse al contemplar la ropa tan horrible que usaba de adolescente, sabiendo que ella era culpable de lo mismo. Observó las fotos con sus padres y su hermana. Parecían una familia unida. Una familia feliz. Obviamente aún lo eran; el devoto tío Peter. Suspiró y miró hacia el fuego, dejando a un lado la sensación de envidia.
No se parecían en nada. ¿Cómo podrían tener un futuro juntos cuando sus pasados eran tan diferentes? Ella sólo había tenido a su madre, pues sus abuelos las habían rechazado a las dos desde el principio. Después de que su madre muriera en un accidente, se había quedado sola y se había enamorado de Grant. Parecía destinada a cometer ese tipo de error.Fin del juego. No podía parar de dar 
vueltas por la sala, esperando a que volviera. Había estadodormida en la alfombra la mitad de la tarde, volviéndose loca. Tenía que salir de allí. Sobre todo,tenía que alejarse de él. Se había despertado y ya no era capaz de silenciar las alarmas que se habían disparado en su cabeza. Era cuestión de tiempo que Peter le hiciese daño, intencionadamente o no. Sí, acababa de pasar un fin de semana con el mejor sexo de su vida, pero no iba a durar, y tenía que alejarse de allí antes de acabar destrozada. Tenía que darle las gracias, decirle adiós y marcharse. Volver al trabajo. Por un momento temió la reacción que pudiera tener él. ¿Comenzaría a acosarla como había hecho Grant? Seguramente no. Pero tenía planeado un adiós, un adiós que estaba decidida a disfrutar.
Sonó la llave en la cerradura y corrió a recibirlo. Observó cómo entraba y, con un placer agridulce, vio el deseo en su cara. Se había puesto uno de sus boxer y una camisa, que llevaba desabrochada hasta la cintura. Vio el brillo de anticipación en su mirada.
—Ven a sentarte en el sofá —dijo ella suavemente—. Debes de estar cansado después de un día duro.
—Cansancio es lo último que siento —contestó él, pero obedeció y se sentó en mitad del sofá.
Se quedó mirándolo con una sonrisa. Le encantaba aquella mirada lujuriosa y expectante que tenía. Adoraba el hecho de poder excitarlo con sólo mirarlo.
Peter levantó la mano para aflojarse la corbata.
—Nada de eso —dijo ella negando con la cabeza, decidida a hacérselo pasar bien.
Él se detuvo y su sonrisa se volvió perversa.
—De acuerdo —dijo—. Tú mandas.
—Eso es —contestó ella. Era evidente que aprendía rápido, aunque eso ya lo sabía.
Con un movimiento fluido, se quitó los boxer que llevaba puestos. Caminó hacia delante y se sentó a horcajadas sobre él, colocando las rodillas sobre los cojines del sofá. Él echó la cabeza hacia atrás y la observó mientras le desabrochaba el cinturón y los pantalones, abriéndoselos lo justo para liberar su erección.
—Eres la fantasía que siempre he tenido, ¿lo sabes? —murmuró él.
Lali sonrió.
—Y más —añadió Peter—. Mucho más.

No se que onda que no me deja editar el texto. Espero que puedan leerlo asi... 
Besos 
Lunis ♥

"Toda la noche con el jefe"

CAPITULO 23
Cansada y sudorosa, se quedó dormida entre sus brazos. En alguna parte de su mente apareció la idea de que debía irse a casa. Que debía salir corriendo a toda velocidad, lo más lejos de allí.
Pero estaba cansada. Muy cansada. Y muy satisfecha. Se despertaba, lo veía, lo deseaba y volvía a tenerlo de nuevo. No estaba segura de si ocurrió tres, cuatro o cinco veces durante la noche. Lo único que sabía era que seguía sin ser suficiente. Peter era un dios del sexo. Ella jamás había experimentado tanto placer. Y, tras saborearlo, quería sentirlo de nuevo, una y otra vez. Se dijo a sí misma que sólo por esa noche.
Por la mañana, el mágico santuario de la oscuridad permanecía. Era como si una burbuja los hubiera envuelto en un mundo donde sólo ellos existían. Donde las dudas, los pasados y los futuros yacían olvidados, prohibidos. Ella estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina, vestida con su negligé de seda, viendo cómo él preparaba el desayuno llevando sólo unos boxer.
Había algo decadente en aquella escena. Le preparó unos huevos, y ella se los comió, deleitándose con su presencia e ignorando el hecho de que la tira del negligé se había deslizado por su hombro.
¿Cuándo había sido la última vez que alguien había cocinado para ella? ¿Cuándo alguien la había hecho sentirse tan cuidada? ¿Tan mimada? ¿Tan querida?
La sonrisa murió en sus labios mientras lo miraba. Aquello no podía ser amor. Era simplemente atracción. Eso era todo lo que podía ser. Peter le mantuvo la mirada mientras dejaba a un lado la sartén y se acercaba a ella. Inclinó la cabeza y, con el más leve roce, le hizo olvidar sus dudas.
Olvidar su preocupación y sus reglas, volviendo a sentir el fuego en su interior. La poseyó sentada en el taburete, con él de pie. Ella con el negligé levantado, él con los boxer a medio camino sobre sus muslos de acero. De pronto la levantó, aguantando su peso, penetrándola más profundamente.
Lali se apoyó contra él, respirando entrecortadamente, aún abrumada por el intenso climax que habían compartido. Peter la meció durante unos minutos, acariciándola suavemente con las manos.
La levantó de nuevo y la llevó al cuarto de baño. Se metió con ella bajo la ducha caliente, enjabonándole la espalda, masajeándole los hombros. Volvió a excitarla, más despacio en esa ocasión, pero con la misma pasión.
Lali se puso la bata sabiendo que debería estar poniéndose la ropa en su lugar. Pero era el cansancio el que guiaba sus movimientos, de modo que ignoró las dudas que susurraban en su cabeza: «¿Qué estás haciendo? No deberías estar aquí. Estás quedando como una tonta; él te hará quedar como una tonta». Olvidó sus preocupaciones mientras él la envolvía en una suave manta en el sofá, colocando ante ella una selección de libros y una jarra de agua. Sus cuidados resultaban tan tiernos que tuvo miedo de preguntarse cuál sería el motivo. Nadie se había preocupado de ese modo por ella desde que su madre había muerto. Cerró los ojos y bloqueó sus pensamientos.
Segundos más tarde, se quedó dormida.
—Lali, tenemos que hablar —el sofá se hundió bajo su peso cuando ella abrió los ojos.
—No, no tenemos, Pitt.
—Yo creo que sí.
—No —insistió ella. No deseaba aquello, no en ese momento. Simplemente deseaba sentir.
Sólo prolongar la magia un poco más antes de tener que ponerle fin por su propio bien.
Sus ojos parecían llenos de palabras calladas. Se permitió disfrutar por un instante, pero enseguida reaparecieron sus dudas. ¿Iba a ser la típica conversación en la que él le hacía promesas? ¿Promesas como las que le había hecho Grant? ¿Falsas promesas? ¿Promesas vacías?
No podía confiar en él. Después de todo, apenas lo conocía. Su parte más débil se rebeló; sí lo conocía. Había presenciado su integridad en el trabajo; su encanto y su carisma. Estaba en su apartamento, por el amor de Dios, algo que nunca había ocurrido con Benjamín. No había rastro de otra mujer en su vida.
No. Tenía que pensar que aquello era sólo una aventura. Cuando se marchara a casa, acabaría.
Nunca podría tener una relación así en el trabajo.
Sabía que estaba observándola intensamente mientras pensaba.
—Lali...
Sin querer escuchar lo que creía que serían mentiras y demasiado asustada para arriesgarse a que no lo fueran, Lali se movió para silenciarlo, tragándose literalmente sus palabras.
Más tarde, Peter regresó a la cocina para llevarle más sopa. Comieron tranquilamente y, como postre, se devoraron mutuamente.
En algún momento, Lali se despertó, tenía el cuerpo dolorido, pero satisfecho. Tenía la cabeza apoyada sobre el muslo de Peter, y él estaba sentado en un extremo del sofá. Sonaba una suave música de fondo mientras leía. Era tan guapo, y un amante tan generoso. Deseaba hacer algo sólo por él. Aunque ¿a quién quería engañar? Deseaba hacerlo por ella misma, mientras pudiera. Se giró, mirando hacia su cuerpo, con su entrepierna delante. Antes de que pudiera impedírselo, le desabrochó los vaqueros, tomando con fuerza su miembro con la mano.
—¿La?
—Déjame hacerlo —dijo ella. Se inclinó hacia delante y comenzó su exploración oral. Oyó cómo el libro que estaba leyendo caía al suelo. Luego se sintió envuelta por el placer que experimentaba al descubrirlo. Deslizó la lengua por su erección caliente, cerrando los ojos y respirando su olor, acariciándolo suavemente con ambas manos, besándolo, saboreándolo.
—¡Para, para!
Oyó sus gemidos y miró hacia arriba.
—No aguanto más —dijo él.
Ella se rió y siguió acariciándolo con las manos.
—De eso se trata —luego bajó los labios de nuevo y siguió lamiéndolo como si fuera su piruleta favorita.
Él se convulsionó y gimió, dándole todo lo que tenía, y Lali disfrutó del poder que tenía para reducirlo a un simple cuerpo capaz de nada salvo disfrutar del placer. Un fin de semana de placer físico; eso era de lo que se trataba. No podría ser nada más.
Relamiéndose los labios, miró a Peter con una sonrisa de satisfacción.
—Estoy segura de que es bueno para mí.
—Yo sé que es bueno para mí —dijo él respirando entrecortadamente—. Vas a provocarme un ataque al corazón si vuelves a hacerme eso. La próxima vez, avísame para estar preparado.
—Tú siempre estás preparado —dijo ella—. Eso es lo que me gusta de ti.
Bostezó y estiró los pies. Volvió a darse la vuelta y colocó la cabeza sobre su regazo, cerrando los ojos. Acariciada por el calor del fuego y de sus brazos, jamás se había sentido tan satisfecha.
Su voz de sorpresa pareció provenir de kilómetros de distancia.
—Pensé que era yo el que debería darse la vuelta y quedarse dormido.

sábado, 23 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"


CAPITULO 21
Peter regresó veinte minutos después con una bandeja que olía de maravilla.
En esa ocasión, Lali pudo incorporarse sin problema. Se colocó una almohada detrás mientras él le colocaba la bandeja sobre las rodillas con una sonrisa. El corazón le dio un vuelco, y trató de ignorar la ternura de sus acciones.
—Tiene buen aspecto —dijo ella al contemplar la bandeja. En el centro había un cuenco de
sopa acompañada de pan tostado. Había otro cuenco más pequeño con fruta fresca, entre la que había frambuesas. Estaba en el cielo. Agarró el vaso de zumo que había a un lado y lo probó. Piña. ¿Cómo sabía cuáles eran sus cosas favoritas? La pregunta debía de estar escrita en su cara.
—Anoche no hacías más que pedirlo —dijo él con una sonrisa—. Tuve que ir a una tienda
abierta las veinticuatro horas para comprarlo.
—Gracias —Lali dejó el vaso y se sintió mal por haber reaccionado tan ingratamente antes—.
Te he dado muchos problemas.
—Nada de eso —dijo él— Tómate la sopa; es de pimiento rojo.
No hizo falta que se lo dijera dos veces.
—¿Y tú? —preguntó mientras comía.
—Yo ya he comido —contestó Peter, sentándose al otro extremo de la cama.
No pudo comérselo todo, pero, cuando finalmente se recostó, se sentía mucho mejor. Peter le
dirigió una sonrisa, y ella deseó que no lo hubiera hecho. Cada vez que lo hacía, su determinación disminuía un centímetro; o más bien un kilómetro.
—Ahora tienes que tomarte esto —dijo él, agitando un bote de pastillas con la mano.
Lali frunció el ceño.
—Son antibióticos —explicó Peter—. Tienes una infección en el pecho además de gripe. El
médico te ha recetado esto. Hasta ahora no has tenido problemas para tomártelas.
—¿Médico? ¿Qué médico?
—Uno de mis amigos es médico de cabecera. Vino ayer después del trabajo y te examinó.
—¿Tan preocupado estabas por mí? —preguntó ella mientras se tomaba la medicación junto
con lo que le quedaba del zumo.
—Sí —contestó él con una sonrisa—. ¿Quieres estirar las piernas?
Quería. Claro que quería; estirarlas caminando hasta casa, o eso debía hacer.
—¿Tienes algo que pueda ponerme encima de...? —dejó de hablar y se señaló los pechos con la mano. Vio el deseo en su mirada mientras seguía el movimiento de sus manos e inmediatamente se colocó los brazos delante del pecho para tratar de ocultar la reacción que se produjo en ellos.
—Había una bata a juego —dijo él. Se puso en pie y se acercó a la cómoda, de donde sacó una bata de seda de color crema—. Te veré en el salón. No tiene pérdida —y sin más salió de la habitación.
Mientras Lali sacaba las piernas de la cama, pensó que ya era un poco tarde para la modestia.
Aun así, ¿quién era ella para preocuparse por la modestia? Si no recordaba mal, había sido ella la que se había sentado en el escritorio, rogándole que le hiciera el amor en medio de la oficina incluso arriesgándose a ser descubiertos. ¿Acaso no tenía vergüenza? Se dio cuenta de que no. No cuando se trataba de Peter.
Se quedó sentada en la cama durante unos segundos, asegurándose de que tuviera la fuerza
necesaria antes de levantarse. Aún se sentía débil y, además, cansada. Pero no quería quedarse tumbada en la cama con Peter al lado. Era una tentación demasiado grande.
Se puso la bata y se miró en el espejo que había en el otro lado de la habitación. Su palidez le sorprendió. Y tenía el pelo hecho un desastre. Lo que realmente necesitaba era una ducha. Al salir de la habitación descubrió que Peter tenía razón; no tenía pérdida. Siguiendo los ruidos, pasó frente a otra puerta abierta, que era el baño, y otra cerrada, que debía de ser su habitación.
Controló el deseo de abrirla y echar un vistazo.
Peter estaba en la cocina, y llevaba dos toallas en la mano. Realmente pensaba en todo.
—¿Quieres ducharte? Te sentirás mejor.
Lali se detuvo frente a él y lo miró. Realmente estaba increíble con esos vaqueros ajustados y
la camiseta. Su pecho ocupaba casi toda su visión, pues era muy ancho. ¿Dos toallas? ¿Una para cada uno? ¿Adonde había ido a parar su autocontrol?
—Gracias —dijo ella. Empezaba a sentir su cuerpo sensible de nuevo, y en esa ocasión no tenía que ver con la fiebre.
Lentamente, Peter le ofreció las toallas sin dejar de mirarla. El corazón comenzó a latirle con
fuerza. Estiró los brazos y agarró las toallas, apartando la mirada inmediatamente. Tenía que salir deprisa de allí o no habría marcha atrás.
—Después debería irme a casa. ¿Me podrías llevar?
—No vas a ir a casa esta noche.
Sabía que diría eso. También sabía que no iba a resistirse. Mucho.
—¿Por qué no?
—Se está haciendo tarde. Aún estás débil. En tu piso hace frío —obviamente había estado
pensando en las razones.
—Se me olvidó encender el radiador —dijo ella.
—Te quedarás aquí —ambos se quedaron mirándose mutuamente y él sonrió—. No te preocupes. Estarás a salvo.
Sí, seguro. No era por él por quien estaba preocupada. Sino por ella misma y su propia debilidad.
—Iré a buscar el otro negligé —dijo él—. Lo dejaré en tu habitación. Me llevé el neceser de tu piso; espero que tenga todo lo que necesites. Está en el baño. No quería fisgonear, así que
también compré un cepillo de dientes y un peine en la tienda por si acaso.
—Vaya, has pensado en todo —dijo ella sarcásticamente—. ¿Haces esto con frecuencia?
El se rió, y Lali se dejó envolver por ese sonido cálido que la había derretido la primera noche.
—No. Casi todo lo que hago contigo es por primera vez.
Se preguntó a qué se referiría con eso, y se dirigió inmediatamente al cuarto de baño.
Como Peter había dicho, su neceser estaba junto al lavabo. Miró dentro. Siempre lo tenía preparado, por si acaso alguna vez sentía la necesidad de tomarse unas vacaciones de fin de semana. Justo debajo del desodorante se encontraba la caja de la pildora. La sacó de la bolsa. No la tomaba con fines anticonceptivos, pues no había tenido relaciones con nadie desde Benjamin. La pequeña burbuja marcada con «sábado» estaba llena. Aún era sábado. La sacó del paquete y se la tragó. Una chica nunca estaba demasiado preparada.
Se metió en la ducha y abrió el grifo. La presión resultó maravillosa, y no pudo evitar quedarse debajo del chorro durante un largo rato, dejando que el agua resbalase por su cuerpo y su cabeza.
Era agradable deshacerse del sudor. Trató de no pensar en él. Trató de ignorar el deseo que crecía en su estómago. Era como tratar de detener un maremoto con una servilleta. Estaban solos. El mundo exterior se había quedado al otro lado de la puerta. Sólo estaban Peter y ella. Lejos de la oficina, en su casa. Ella lo sabía y deseaba que fuese así, por el momento. Alcanzó el gel de ducha y vio que en el envase anunciaban sus poderes terapéuticos: «vigorizante». Abrió el tapón y aspiró el olor a limón que tenía asociado a Peter. Al gel le faltaba esa esencia masculina que era propia de Peter, pero estaba cerca. Cerró los ojos mientras se lavaba, disfrutando de la sensación de ser envuelta por su presencia.
Peter llamó a la puerta mientras ella se secaba.
—¿Lali, estás bien?
—Sí, enseguida salgo.
Tras ponerse el otro negligé, que era igual que el primero aunque en color azul pastel, y la bata, regresó al salón. El piso era muy cálido. Incluso sus pies, que normalmente eran como bloques de hielo, estaban calientes aun yendo descalza.
Peter estaba de rodillas encendiendo la estufa.
—Lo siento —dijo al oír su llegada—. Has tardado un poco y tenía miedo de que te hubieras
desmayado en la ducha o algo.
—No —dijo ella con una sonrisa—. Es cosa de chicas. Tardamos mucho en la ducha. Los
hombres sois todos iguales. Abrís el grifo, entráis, salís, os vestís sin secaros correctamente y ya está.
—¿De verdad? ¿Y cómo es que sabes tanto sobre el tema?
—Compañeros de piso discutiendo por la factura del agua —dijo ella bromeando mientras se ataba la bata con más fuerza. Tenía que admitir que le gustaba sentir la seda contra su piel. Era suave y sensual. Su diseño sencillo le quedaba bien. Sabía que probablemente sería muy caro. La hacía sentir sexy, y no pudo evitar pensar en el sexo. Se dio cuenta entonces de que llevaba demasiado tiempo mirándole los muslos a Peter. El tejido vaquero resaltaba su figura fuerte y musculosa mejor que los pantalones de traje. Levantó la mirada inmediatamente. Era demasiado consciente de su cuerpo.
—¿Me puedes dejar el peine que me has dicho? No tengo ninguno en el neceser.
—Claro. Iré a buscarlo.
Lali respiró profundamente cuando él se ausentó de la habitación brevemente. Pero la sangre
comenzó a palpitarle de nuevo cuando regresó, con el peine en la mano. Sus dedos se rozaron cuando se lo entregó. La sensación de aquel ligero roce fue suficiente para provocarle un escalofrío. Durante la hora y media que llevaba despierta, su cuerpo iba reaccionando de manera cada vez más fuerte a su presencia. Ya hasta el más ligero de los roces hacía que sintiese el deseo.
Era una locura haber accedido a quedarse. Pero era una locura que no podía detener. Se sentó en el sofá e intentó peinarse. Tras pocos segundos se sentía exhausta de mantener los brazos en alto. Era patético. Él pareció saberlo. Se preguntó si lo sabría todo, si sabía lo excitada que estaba y que su cercanía hacía que se volviese loca. Que le resultaba tan sexy que simplemente le daban ganas de acercarse y darle un beso.
—Déjame a mí —dijo él en voz baja. Le quitó el peine y ella se giró sobre el sofá. Luego le
colocó la toalla sobre los hombros y le levantó el pelo con cuidado, peinándoselo suavemente y con un ritmo relajante.
Se detuvo y Lali oyó el sonido mientras dejaba el peine sobre la mesa. Sintió cómo presionaba la toalla sobre su pelo, absorbiendo la humedad. Después le quitó la toalla. Ella se quedó quieta, aguantando la respiración. Él parecía haberse detenido también. Y entonces, justo cuando sabía que iba a ocurrir, sintió sus labios calientes en el cuello.


CAPITULO 22
Lali podría haber parado fácilmente lo que estaba sucediendo. Una mirada, una palabra, era lo único que habría hecho falta. Pero no dijo nada. Cerró los ojos e inclinó la cabeza, invitando a Peter a seguir con sus besos. Y así lo hizo. De manera extremadamente erótica, sus labios fueron bajando lentamente por su cuello. Al llegar al hombro, le dio un pequeño mordisco.
Un suave gemido escapó de sus labios mientras Peter la rodeaba con los brazos. Mientras un
brazo le rodeaba la cadera con firmeza, el otro buscaba su pecho. Le acarició el pezón con el
pulgar y ella se inclinó hacia atrás. Aquello era lo que deseaba, más que nada. Todas las preocupaciones comenzaron a evaporarse de su mente.
Además, se recordó a sí misma que no estaban en la oficina. Era perfecto.
Peter la rodeó fuertemente con los brazos y la levantó, colocándola sobre su rodilla mientras se recostaba en el sofá.
Lali lo miró mientras la abrazaba. Podía sentir su erección caliente presionando su cuerpo.
Sabía que estaba esperando su reacción, dándole la oportunidad de apartarse. Lenta y deliberadamente, se lamió los labios.
—Bésame —susurró ella con la voz cargada de deseo.
Igual de lenta y deliberadamente, él agachó la cabeza, y el contacto con sus labios desató un
auténtico torrente de sensaciones. Lali abrió la boca inmediatamente, pidiendo más, y él regresó con más ímpetu. Los besos entre ellos nunca eran tiernos y pequeños durante mucho tiempo. Su pasión era demasiado fuerte para ser contenida.
Sentía como si pudiera seguir besándolo durante horas. Besos largos en los que por fin tuviera la libertad de explorar su preciosa boca y de sentir su lengua. Pero lentamente fue surgiendo en su interior la sensación de que aquello no era suficiente. Deseaba más. Se movió inquieta y sintió cómo sus manos comenzaban una exploración más íntima de su cuerpo. Le desabrochó la bata, dejando sus hombros al descubierto. Le siguieron los finos tirantes del negligé. Ella levantó los brazos y el suave tejido cayó hasta su cintura, revelando sus pechos. Con un gemido, Peter agachó la cabeza y saboreó el pezón más cercano. Chupando y absorbiendo alternativamente, le produjo las sensaciones más exquisitas. Ella lo observaba con los ojos medio cerrados, excitada casi más por la mirada de placer de su rostro.
Deslizó luego los dedos por su pierna, subiendo poco a poco hasta que sus muslos quedaron al descubierto. Era un tormento tan delicioso que Lali se retorció y separó las piernas. Finalmente sintió cómo su mano llegaba al final del muslo y se deslizaba sobre su zona más húmeda, haciéndola gemir de placer. Aquello era lo que deseaba, más. Mucho más.
—¿Te gusta? —preguntó él con una sonrisa.
«Gustar» no era la palabra. Simplemente se restregó contra su mano. Él obedeció su orden
silenciosa y comenzó a acariciarla rítmicamente. Lalile devolvió la sonrisa y tiró de su cabeza
hacia ella, deseando volver a saborearlo y sentir cada parte de su cuerpo. Peter le cubrió la cara de besos, bajando por el cuello hasta llegar de nuevo a sus pechos. Regresó a sus labios y repitió la acción varias veces hasta que Lali sintió su torso ardiendo y gimió de placer, incapaz de moverse, incapaz de hacer nada salvo disfrutar de la deliciosa tortura que eran sus besos. Siguió acariciándola suavemente con los dedos hasta que estuvo húmeda y empezó a rotar la pelvis contra su mano.
—Quiero ver tu orgasmo —susurró él entre besos—. Quiero sentirlo, saborearlo. Quiero oírte.
Hazlo para mí.
No le costó mucho. Sus palabras, sus labios, sus manos y sus dedos la hicieron llegar  rápidamente al orgasmo.
—Peter —gimió—. Peter, quiero... —gimió de nuevo, incapaz de pronunciar las palabras. Él siguió torturándola con sus dedos y su boca, sin darle un segundo de respiro. Lali arqueó los pies al sentir la primera sacudida recorriendo su cuerpo. Aun así él siguió, lamiéndola, acariciándola. Su cuerpo se agitaba incontrolablemente una y otra vez mientras ella gritaba de placer.
Entonces se quedó quieta, extasiada. Su mente se negaba a funcionar. Habiendo sentido sólo dolor durante los últimos días, su cuerpo disfrutó del agradable calor que la envolvía. No habría podido abrir los ojos aunque lo hubiera intentado. Apenas fue consciente de cómo su mano le acariciaba el brazo y las piernas suavemente. Una pequeña parte de ella le susurraba que deseaba más, que la esperaban más cosas, pero no era capaz de concentrarse. Poco a poco fue perdiendo la consciencia.

Estaba oscuro cuando se despertó, pero la habitación estaba parcialmente iluminada con la luz que entraba por la puerta abierta que daba al pasillo. Parpadeó, ajustando la vista a la penumbra, reviviendo mentalmente lo que había ocurrido la última vez que se había despertado. Excitada nuevamente en cuestión de segundos, estaba ansiosa porque llegara el plato principal. Peter estaba tumbado a su lado, con el brazo colocado sobre su cadera. Respiraba tranquilamente, pero sabía que estaba despierto. Podía sentir la vitalidad que emanaba de su cuerpo.
—¿Dónde estoy? —preguntó ella con una sonrisa.
—Donde tienes que estar —contestó él inmediatamente.
El estómago le dio un vuelco y el pulso se le aceleró al instante.
—¿Y eso dónde es? —sabía la respuesta, pero quería oírla. Quería oír la pasión en su voz.
—En mi cama.
Un torrente de satisfacción surgió de su interior, mezclándose con el deseo. Acercó la cabeza a la suya y lo besó apasionadamente. No importaba nada más. Nada salvo estar allí con él en ese momento.
Presionó el cuerpo contra él y se sintió pletórica al descubrir que estaba completamente desnudo. Caliente, excitado y finalmente suyo.
Echó la cabeza hacia atrás y lo desafió.
—¿Dónde está mi negligé?
—Se resbaló —contestó él con una sonrisa.
—¿Es que te gusta desnudarme mientras duermo?
Sintió su aliento caliente mientras se reía. Exploró su pecho con los dedos, enredándolos en el
vello, disfrutando del tacto de sus muslos contra ella. Deseaba deslizar las manos por ahí también, de modo que cambió de posición en la cama para poder hacerlo.
—Siento haberme quedado dormida encima de ti —dijo ella con voz rasgada. Deslizó las manos por sus abdominales y encontró su pezón con la lengua, saboreándolo hasta endurecerlo.
—Yo no lo siento. Ha sido precioso. Tú eres preciosa —dijo Peter mientras deslizaba la mano por su espalda.
—Ahora estoy despierta —dijo ella mientras palpaba sus muslos con las manos.
—No bromees.
Complacida y excitada por el efecto de la noche, tomó su erección con la mano. Sólo lo había acariciado dos veces, apreciando su longitud y grosor, cuando él la detuvo, agarrándole la muñeca con la mano.
—Dentro de ti —murmuró—. Quiero estar dentro de ti —la tumbó de espaldas sobre la cama y
la cubrió de besos.
Cuando finalmente levantó la cabeza, Lali supo que estaba perdida.
—¿Entonces qué estás esperando?
—Llevo demasiado tiempo esperando esto como para acabar en dos minutos.
La excitación recorrió su cuerpo. No sabía si podría aguantar mucho más. Lo deseaba en ese
momento. Era como si lo hubiese deseado siempre. Pero él se mostraba implacable. Sus manos y su boca recorrían su cuerpo, prendiéndole fuego a su piel, amenazando con cegar su razón. Peter apartó las sábanas, pues el calor de sus cuerpos los mantendría calientes. Lali dio rienda suelta a su deseo, para tocarlo, para besarlo como había soñado noche tras noche. Pero Peter pronto se zafó de ella, gimiendo mientras recuperaba el control de la situación. Lali sólo pudo tumbarse y dejar que la acariciara de formas que sólo había imaginado.
Le mordisqueó la parte interna de los muslos, calmando después su piel con húmedos besos.
—Peter —susurró ella—. No puedo más.
—Sí que puedes —y entonces la besó justo ahí, saboreando con la lengua su humedad,
absorbiendo regularmente hasta hacerle cerrar los puños sobre su pelo. En ese momento introdujo los dedos dentro de ella, mientras con la otra mano le estimulaba un pezón. Lali echó la cabeza hacia atrás y arqueó el cuerpo, demostrando que tenía razón; su mente y su cuerpo explotaron mientras salía catapultada hacia el éxtasis.
—¿Aún estás conmigo? —preguntó él mientras le daba suaves besos en el estómago.
El poder y la intensidad de aquel orgasmo no la habían dejado satisfecha. Sólo había servido para empeorar el insoportable dolor que sentía en su interior. Necesitaba sentirlo dentro.
—Hazme el amor, Peter. Por favor.
Peter la miró intensamente, rígido por el deseo, y entonces la besó, presionando su cabeza
contra el colchón. Lali sintió el peso de su cuerpo sobre ella y su excitación aumentó nuevamente. Notó la humedad de su piel y supo que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse.
En ese momento, Peter estiró el brazo hacia la mesilla de noche.
—No pasa nada —dijo ella— Tomo la pildora.
—Bien —contestó él con voz rasgada—. ¿Estás segura? ¿Estás segura de estar lista para esto?
Estaba más que segura y no quería que hubiese nada entre ellos. Peter se acercó más y ya no pudo pensar en nada que no fuera él. Sus oídos sólo oían su respiración entrecortada y sus propios gemidos. Tiró de él para que se diera prisa, pero él se mantuvo quieto, apoyándose sobre ella y atravesándola con su mirada ardiente. Entonces, tan suavemente como un cuchillo caliente deslizándose por la mantequilla, la penetró. Por fin.
Fue tan increíble que, por un momento, Lali dejó la mente completamente en blanco. Luego
se dio cuenta de que el gemido de placer había sido suyo. Abrió los ojos y lo miró con una sonrisa, viendo reflejado en su cara el placer que ella sentía. Flexionó las caderas levemente hacia él.
—Aún no —dijo él apretando los dientes—, o no durará ni dos segundos.
Lali vio cómo luchaba por controlarse, entusiasmada porque él, al igual que ella, hubiera estado a punto de llegar al éxtasis en el instante en que se habían unido. Contenta de que sintiera la misma pasión que ella sentía por él.
Lentamente, él levantó una mano y le acarició el pelo, bajando por su cara con dedos temblorosos. Sin dejar de mirarlo a los ojos, giró la cabeza ligeramente para darle un beso en la palma. Le dirigió una sonrisa y vio cómo su mirada se iluminaba en respuesta.
Por fin se movió. Apartándose lentamente y volviendo a juntarse. Eran embestidas lentas y seguras que parecían atravesar cada una de las barreras que Lali creía haber levantado permanentemente. Con cada movimiento la penetraba más, llegando hasta su corazón, convirtiéndose en parte de ella. Y, la verdad, era maravilloso.
Lali se arqueó hacia arriba para recibirlo, deslizando las manos por sus músculos, deleitándose con el placer de sentir sus cuerpos pegados.
Lentamente,Peter bailó con ella, a veces besándola, a veces manteniéndole la mirada. Ella le besaba el cuello; él le besaba los pechos. Pero, inevitablemente, el ritmo aumentó. Igual que la intensidad; hasta que finalmente fueron un solo cuerpo moviéndose al mismo salvaje. Peter la embistió una y otra vez hasta que, una vez más, su mente quedó en blanco al llegar al clímax.
Estremeciéndose, fue apenas consciente de cómo el cuerpo de Peter se convulsionaba mientras la abrazaba, gimiendo de placer cuando también él perdió el control.