CAPITULO
20
Pocos minutos después, Lali lo miró con
los ojos humedecidos y murmuró:
—Peter, me encuentro fatal.
Peter se sentó a su lado y la estrechó
entre sus brazos. No notó ninguna resistencia mientras ella se acurrucaba entre sus brazos.
—Lo sé —dijo mientras la tumbaba boca
abajo en la cama. Suavemente tiró de la sábana hacia arriba y le cubrió las piernas. Ella
cerró los ojos y se estremeció espasmódicamente. Realmente parecía enferma. Notaba sus temblores y
su piel estaba ardiendo. La tos no sonaba nada bien.
Imaginó que sería gripe con una
infección en el pecho. Miró a su alrededor y se sintió frustrado.
Lali no podía quedarse allí sola. En
esas condiciones, no era capaz de cuidar de sí misma, y seguro que no iba a ir al supermercado a
comprar comida. Le acarició los brazos suavemente. Parecía haberse quedado dormida.
Peter se levantó de la cama y observó la
escena. Lali no parecía tener muchas posesiones, y no se había molestado en darle un toque
personal al lugar. Había un puñado de velas colocadas en una estantería; podía oler su aroma a
vainilla incluso estando apagadas. Junto a ellas se encontraba la foto de una mujer que
podía ser la hermana de Lali. No había más fotos. Nueva Zelanda, ¿eh? Había hermosas montañas
allí, buenas para hacer snowboard. Sonrió.
Había dos enormes pilas de libros junto
a la cama, y observó algunos títulos con interés.
Novelas, biografías y algunas guías de
viaje. Había un mapa de Londres pegado a la pared. Sobre la cómoda había también una bolsa de aseo.
El traje que se había puesto el día anterior yacía arrugado en el suelo junto a la pared,
lo cual le resultó sorprendente. No parecía encajar con la manera pulcra en que solía vestir.
Pensaba que sería maniática a la hora de colgar la ropa. Debía de sentirse muy mal cuando llegó.
Frunciendo el ceño, recogió la ropa del suelo, la sacudió un poco y la colgó en el respaldo de una
silla. No quiso husmear en su armario, pensó que ya estaba inmiscuyéndose demasiado.
Tenía que hacer algo con ella. No podía
quedarse sola. No sabía si tenía amigos con los que quedarse y, en cualquier caso, no estaba
en condiciones de llegar hasta ellos. Además, si en algo la conocía, sabía que no lo haría aunque
pudiera. Era la señorita Independiente. Una cosa era segura; odiaba admitir una debilidad. Sin duda
lo odiaría por lo que estaba a punto de hacer, pero no le quedaba otra opción. En ocasiones había
que tumbarse y dejar que otros te ayudasen. Agarró las llaves que había sobre la mesa y salió
del apartamento mientras abría su teléfono móvil.
Lali no quería despertarse. El sueño
parecía tan real y agradable. Flotaba en un estado de felicidad. Suave, cómodo, seguro. Pero
no había empezado así. Alguien le había puesto una luz en los ojos y, desde la distancia, había
oído una voz desconocida haciéndole preguntas, preguntas molestas que trataban de despertarla.
Luego había sentido calor, mucho calor y mucha sed. La boca se le había quedado demasiado seca
como para tragar saliva, y tenía los labios cuarteados.
Entonces había aparecido él. La había
acunado, ayudándola a beber algo frío y refrescante. Luego se había marchado y ella se había
sentido sola y desamparada. Lo había llamado. Le había pedido que no se fuera.
—No voy a ninguna parte.
Se había acurrucado contra él,
sonriendo, sintiendo cómo su piel irritada se aliviaba contra algo suave y terso. Por fin se había quedado
dormida, acurrucada en unos brazos fuertes y tiernos.
Abrió los ojos y parpadeó perezosamente.
Al menos los ojos no le dolían tanto como la última vez que los había usado. ¿Cuándo había
sido eso? Parecía como si hubieran pasado horas.
Entonces lo recordó todo. Peter. Peter había aparecido en su puerta. Levantó la cabeza de la almohada y miró a su alrededor. ¿Dónde
estaba él? Un segundo... ¿dónde estaba ella? Se quedó mirando aquella habitación totalmente
desconocida. Había una tabla de snowboard apoyada en la pared y un par de cajas apiladas junto a
ella. Las cortinas estaban echadas, pero podía ver un hilo de luz a través de la rendija. ¿Qué hora
sería?
Entonces fue consciente de una
respiración regular junto a ella y giró la cabeza. Peter, vestido con unos vaqueros y una camiseta, estaba
tumbado a su lado, profundamente dormido. El corazón le dio un vuelco, y acto seguido se
sintió fascinada. Jamás lo había visto tan vulnerable. Hasta ese momento, sólo lo había visto con traje,
y siempre iba rodeado de un aura de liderazgo y seguridad en sí mismo. Pero con vaqueros y
camiseta parecía más joven; como si no fuera un jefe, sino un joven atractivo y deportista. Observó su
boca apetitosa y sus largas pestañas. Había algo de sombra en su barbilla, y ansió poder
deslizar los dedos por ella. Parecía relajado. Resultaba increíblemente atrayente.
Realmente esperaba que no tuviese algún
tipo de amnesia selectiva y hubiese olvidado lo que seguramente habría sido la experiencia
sexual más increíble de su vida. Aunque le dolía el cuerpo, no era el tipo de dolor que sentía
después de una noche de sexo apasionado. Y él estaba tumbado sobre las sábanas y completamente
vestido. Pero de alguna forma había llegado hasta su casa y él la había cuidado. Recordó su sueño y
supo que había sido Peter quien le había dado de beber. No debería estar allí; aquello no debería
haber ocurrido, y aun así estaba encantada de que hubiese pasado. Miró a su alrededor de nuevo,
con más interés al saber ya dónde se encontraba. No había muchos objetos personales; la tabla de
snowboard indicaba que le gustaba el deporte y las cajas
señalaban que acababa de volver del
extranjero. Las paredes estaban pintadas de un cálido color crema, y se preguntó cómo sería el resto
de la casa.
Entonces miró debajo de las sábanas e
hizo un sorprendente descubrimiento.
—¿Qué llevo puesto?
—¿Qué? —preguntó Peter, despertándose en
ese instante.
Lissa se quedó mirándolo y repitió la
pregunta.
—Oh —murmuró él mientras absorbía la
información—. Estabas ardiendo y sudando. Dijiste
que el algodón te molestaba en la piel.
Te dolía. También te quejabas sobre las sábanas.
—¿Qué? —se sentía avergonzada. Recordaba
sentirse caliente e incómoda. Debía de haber tenido fiebre. ¿Qué más habría murmurado
mientras deliraba? Disimuló su vergüenza con irritación—. ¿Y qué? ¿Resulta que tienes
una selección de negligés de seda para quien se quede en tu casa? Supongo que ésta es tu, tu...
—Mi habitación de invitados, sí
—contestó Peter mirándola directamente—. Y no. Fui a comprar uno para ti. De hecho... he comprado dos
—añadió con brillo en la mirada.
Lali se quedó con la boca abierta
durante unos segundos. No dijo nada, absorbiendo el hecho de que no llevara nada, nada, salvo un
negligé de seda.
—¿Me cambié de ropa yo?
Petert se sonrojó y apartó la mirada.
—Ya me parecía a mí —murmuró ella antes
de que le entrara un ataque de tos.
—Oye, aquí estás bien —dijo él, aunque
su comentario no le sirvió para sentirse mejor.
Lali se incorporó bruscamente, sabiendo
que no estaba bien, y la habitación comenzó a dar
vueltas. No estaba bien, y no era sólo
por la gripe.
—Tranquila —dijo él, colocándole una
mano en el hombro para volver a tumbarla
suavemente—. Has estado muy enferma y no
has comido en días —su mano permaneció allí, y el calor de sus dedos le produjo una
sensación agradable. Se dio cuenta entonces de que estaba hambrienta. Y no sólo de comida.
—¿Qué hora es? —preguntó abruptamente.
—Las siete de la tarde del sábado
—contestó él tras mirar el reloj.
—Querrás decir viernes.
—No, quiero decir sábado. Has estado
dormida casi veinticuatro horas. Me has tenido muy preocupado. Pero creo que la mitad era
sólo cansancio. Cuando se te pasó la fiebre, te quedaste dormida como una niña.
Sábado.
—¿Necesitas utilizar el teléfono? ¿Habrá
alguien preguntándose dónde estás?
Lali negó con la cabeza. Si la llamaba
algún amigo, daría por hecho que estaba fuera con otra persona.
Peter parecía haber olvidado que tenía la
mano puesta sobre su hombro, acariciándole la piel con el pulgar. Ella se estremeció y, en
esa ocasión, no tuvo nada que ver con la fiebre.
—Quédate aquí y relájate —dijo él
frunciendo el ceño—. Voy por algo de comer.
Salió de la cama y Lali lamentó que su
calor y su peso desaparecieran. Se estremeció al recordar haberle rogado que se quedara
con ella. ¿Qué más habría dicho? Pero no pudo evitar observarlo mientras salía de la
habitación, fijándose en cómo los vaqueros resaltaban su trasero.
Se mordió el labio y miró al techo.
Estaba en problemas. Serios problemas. La pregunta era: ¿se levantaba y se iba a su casa, o se
quedaba y dejaba que pasara lo inevitable? Trató de incorporarse de nuevo y no pudo. Lo inevitable. Sin
duda.
Ultimo del día... mañana mas!!
Maaasss ❤️❤️❤️
ResponderEliminarMassssd
ResponderEliminarmas mas maaaaaaaas
ResponderEliminarIncreible! Justo ahora tuene que enfermar?! Haaa?? Es INJUSTO!
ResponderEliminarJajjajaja,,k bien les viene a los dos k ella se pusiera enferma,ya está casi recuperada ,y aún tiene k permanecer en su casa,y con él ,así k venga lo inevitable YA!!!!!
ResponderEliminarme encantoooooooooooooooo la novelaaaaaaaaaa es lo massssssssssssss
ResponderEliminarEspero un cap prontoooo!?!!
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