viernes, 1 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"


CAPITULO 11
Lal cerró los ojos. Sentía que estaba hablando con sinceridad, pero eso le aterrorizaba. No
podía bajar la guardia. Se sentía como una pequeña insignia de metal tratando de resistirse a un imán gigante. Tenía que intentar resistirse. ¿Tener una aventura con su jefe cuando sólo le
quedaban semanas antes de irse del país? No. No a no ser que quisiera más dolor en su vida. Cosa que no era así.
—Lo siento. Intentaremos ser amigos —dijo finalmente, y miró a su alrededor con la esperanza de que hubiera otra salida—. Hemos acabado?
Peter la miró sardónicamente y dijo:
—Ni de lejos —pero se echó a un lado y abrió la puerta. Lali escapó sabiendo que él iba tan sólo dos pasos por detrás.

Lali se frotó las sienes para aliviar el dolor. La noche anterior, Rochi y ella habían pasado dos
horas frente a una botella de vino y un plato de pasta en un rincón de su bar favorito; hablando de hombres, el tema favorito de Rochi, y de viajes, el favorito de Lali. Había sentido la necesidad de escapar de la oficina y de sus propios pensamientos, y había albergado la esperanza de que una noche con Ro ayudara a conseguirlo. Frunció el ceño mientras miraba la pantalla del ordenador.
No había funcionado. Estaba distraída; la causa de su dolor de cabeza medía más de metro
ochenta y cautivaba sus pensamientos. Era muy frustrante. Suspiró. Nico se dio cuenta y dijo:
—Has llevado el pelo tan estirado toda la semana que no me extraña que te duela la cabeza — sin más, se acercó a ella y le soltó el pelo.
—¡Nicolás! —protestó Lali.
—Es por tu propio bien. Ahora... —Nico hundió los dedos en su pelo y presionó sobre su
cuero cabelludo. Lali tuvo que admitir que era una sensación fantástica—. Hice un curso de
masajes para aprender a relajarse. ¿Mejor?
—Fantástico —dijo Lali cerrando los ojos y sintiendo cómo el dolor disminuía—. Alucinante.
—¿Y a mí no me das uno también? —preguntó Andres con un brillo libidinoso en la mirada que nadie podía ignorar.
—No —contestó Nico.
—Puedo simplemente mirar —dijo él—. Me gusta mirar.
Lali miró a Peter para ver cómo se tomaba aquella situación. Tenía la barbilla apoyada en la
mano y también estaba mirando con una sonrisa en la cara.
—Ya está —dijo Nico al terminar—, Mucho mejor.
—¿Me puedes devolver la horquilla?
—No, queda confiscada. Deberías llevar el pelo suelto. Te queda bien.
Era justo lo contrario a lo que deseaba. Peter parecía pensativo.
—¿Alguien tiene algún plan para comer? —preguntó.
Nadie contestó afirmativamente. Lali imaginó que querría que se quedaran trabajando, una
vez más.
—De acuerdo, entonces saldremos, ya que la otra vez no pudo ser.
Lali contuvo un suspiro. Nico y Andres ya se estaban poniendo las chaquetas y dirigiéndose
hacia la puerta, ansiosos por salir de allí. Lali se quedó sentada y Peter la miró extrañado.
—¿Me necesitas? —preguntó ella—. Quiero decir que vosotros sois los consultores. Yo
simplemente hago búsquedas y escribo.
—Ya te lo he dicho, Lali —dijo él mientras caminaba hacia ella—, no eres «simplemente»
cualquier cosa. Eres tan parte del equipo, como yo —se detuvo junto a ella y se agachó para
mirarla cara a cara—. Vas a venir aunque tenga que obligarte.
En ese momento, Nico asomó la cabeza por la puerta.
—¿Venís?
Peter levanta la cabeza y dijo:
—En cuanto podamos.
Nico miró a Lali. Ella le devolvió la mirada con toda la compostura que pudo y salió por la
puerta.
Fueron a un pequeño restaurante italiano cercano a la oficina. Andres se sentó junto a Lali, y
Nico al lado de Peter, frente a ellos. No era una mesa grande y, al sentarse, Lali sintió la rodilla
de Peter contra la suya Inmediatamente se apartó, escudriñando el menú y evitando mirar la
sonrisa que sabía que habría en el rostro de Peter.
Pidieron y comieron, y Lali se dejó envolver por la conversación laboral. La comida estaba
deliciosa, y ella estaba muerta de hambre. El primer plato pasó volando. Le pidió la carta de
postres al camarero y se relamió, debatiéndose entre la tarta de frambuesas con chocolate blanco y la tarta de sirope de limón con frambuesas. Le encantaban las frambuesas. Cuando regresó el camarero, pidió al instante, olvidándose de los demás.
—Yo tomaré la tarta de limón con frambuesas y nata con licor. Y... —le dirigió una sonrisa
conspiradora al camarero—. ¿Me pueden poner un poco de nata extra?
—Por supuesto —dijo el camarero devolviéndole la sonrisa.
Lali miró a los demás y se sintió desconcertada al ver la expresión de sorpresa en sus caras. Se sintió como un bicho bajo el microscopio.
—¿Qué? —preguntó confusa—. ¿Ocurre algo? Lo siento. ¿No tenemos tiempo para el postre? ¿Tenemos que volver a la oficina?
—No, no pasa nada —respondió Peter. Tomó el menú y lo estudió brevemente—. Yo tomaré la tarta de frambuesas con chocolate blanco.
—Un expresso para mí —dijo Nico.
— Lo mismo para mí –añadió Andres.
— ¿No vas a tomar postre? –le pregunto Lali a Nico cuando el camarero se marchó—. Yo
nunca me pierdo el postre —declaro enfáticamente.
Éste se rió.
—Bien, ahora ya sabemos cómo mantenerte contenta. Has estado callada toda la comida y,
ahora que se acerca el postre, te animas. ¿Cómo te mantienes tan delgada si siempre comes
postre?
—No estoy delgada —dijo Ella—. Soy alta, tengo más espacio para ocultarlo.
—No, sí estás delgada —dijo Nico—, ¿Haces ejercicio?
—No, no soy admiradora de los gimnasios. Simplemente camino por las calles mirando cosas.
Miró a Peter de soslayo y vio que estaba sonriéndole.
—¿Haciendo de turista? —preguntó.
—Desde luego —contestó ella.
—¿Y qué haces tú para mantenerte en forma, Peter? —preguntó Andres.
—Rugby —contestó Peter, y se echó hacia atrás para que el camarero le colocase el plato
enfrente.
—¿Rugby? Seguro que eso te gustará, Lali, viniendo de Nueva Zelanda —dijo Andres, sonriendo con un toque de malicia—. ¿Las neozelandesas no jugáis al rugby también?
—De hecho a mí me parece un deporte de brutos —dijo Lali mientras cortaba su tarta—. Toda
esa agresividad masculina, los machos dándose golpes y revolcándose por el barro.
—¿No estás cómoda con los hombres machos? —preguntó Peter—. El rugby es un buen deporte para nosotros, los del tipo neandertal. Es una buena manera de liberar energía y frustración.
A Lali se le puso la piel de gallina. ¿Frustración? No pudo evitar arquear las cejas ligeramente.

Miró a Peter y vio su mirada feroz.

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