sábado, 2 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"

CAPITULO 13
Peter decidió subir a la oficina por las escaleras después de desayunar con el cliente. Cualquier cosa con tal de liberar la energía y frustración que iban acumulándose dentro de él. Maldición. La situación estaba acabando con él y luchaba por concentrarse en el proyecto. Sería imposible olvidarse de ella hasta que no acabara. ¿A quién pretendía engañar?
No era el hombre más arrogante del mundo, pero sabía cuándo alguien estaba interesada, y ella lo deseaba. Había visto las miradas que le dirigía, el modo en que se sonrojaba cuando él estaba cerca, había sentido cómo le temblaba la mano cuando se rozaban durante el trabajo.
Incluso ella lo había admitido, tratando de definirlo como simple atracción sexual. Pero era más que eso. Aún tenía que adivinar qué, pero estaba seguro de que era mucho más. No era sólo atracción, sino una necesidad innegable. Tenía que acercarse más a ella. Su cuerpo lo pedía a gritos. La frustración de que ella no cediera era casi mayor que la frustración que sentía por no poder estar con ella. Era como una tortura lenta y dolorosa.
No debería haberla elegido para el equipo, pero no había podido evitarlo, pues la tentación había sido demasiado fuerte. Pero no había contado cómo eso afectaría a su concentración.
Aunque, si Lissa no hubiera estado delante de él, habría pasado los días pensando en ella. Nunca antes se había sentido hechizado. Era humillante y tenía que hacer algo al respecto. Sabía exactamente lo que deseaba hacer, pero tenía que comprender la resistencia de Lali.
Tampoco era como si ella estuviese totalmente al margen de los hombres. Si incluso había intentado que Rochi la emparejase con su amigo. Toda esa tontería sobre los cotilleos en la oficina era una cortina de humo. Era una empleada temporal, por el amor de Dios; volvería a Nueva Zelanda en poco tiempo. ¿Por qué preocuparse de lo que pensara un puñado de gente si pronto se marcharía?
Podrían pasárselo muy bien juntos antes de que tuviera que irse. Lali debía disfrutar de todas
las experiencias que Londres podía ofrecerle. Él estaba decidido a ser una de esas experiencias.
Entonces, si no era miedo a los cotilleos, ¿a qué? Podía entender que tuviera miedo; incluso él lo tenía. Nunca había sentido una atracción tan fuerte. Podía darle tiempo si era lo que necesitaba. Al menos algo de tiempo. Aunque no demasiado.
Recordó la noche en que se habían conocido. Se había mostrado divertida y sexy. Con la lengua tan suelta como el pelo. No podía creer que fuese la misma mujer que había aparecido en la oficina al día siguiente. Con el pelo recogido y una personalidad fría. Aquélla no era ella de verdad. No, los indicios sobre la sirena excitante y entusiasta que había debajo eran demasiado claros. Su cinismo al contemplar la relación de Andres y Nicolás, la manera entusiasta de comer el postre, su pasión por la ciudad, la lujuria en sus ojos cuando se tocaban. Llevaba medias y liguero, por el amor de Dios. Había una mujer sensual oculta bajo el hielo.
Al llegar al cuarto tramo de escaleras, decidió que habría de recordar tener siempre frambuesas y nata en el frigorífico. Verla comer el postre con los dedos le había producido la mayor erección que había tenido en años. Había tenido que tardar mucho en comerse su propio postre para darse tiempo de recuperar el control antes de poder levantarse de la mesa. Control. ¿Tendría Lali miedo de perder el control? ¿Miedo de que, lo que él pudiera hacerle, le hiciera perder el control?
Peter ansiaba poder hacerlo, y su cabeza daba vueltas con múltiples fantasías.
Lali necesitaba despertar. El deseaba quitarle esa capa de hielo, el miedo y luego la ropa.
Al encarar el siguiente tramo, miró hacia arriba y el corazón le dio un vuelco en el pecho. De pronto se sentía sin aliento, como si hubiera estado corriendo una maratón. Allí estaba ella, de pie en el rellano, mirándolo con la mano apoyada en la barandilla. Se detuvo y la miró fijamente.
Perfecto. Tiempo para una pequeña conversación. Sin dejar de mirarla, terminó de subir las
escaleras y se situó un peldaño por debajo de ella. Su boca estaba a unos cinco centímetros por debajo. La posición perfecta.
Respiró profundamente un par de veces y la estudió. Ella respiraba con igual dificultad, y sólo había bajado seis escaleras. Eso le complacía. Tenía un efecto en ella, al igual que ella en él. Lali apretó los labios con fuerza, como si estuviera conteniendo las palabras. Y él deseó separárselos con el dedo, sentir su humedad caliente. Quería que le dijese aquello que estuviera pensando.
—Creo que deberíamos afrontar esto, ¿no te parece? —dijo él colocando la mano sobre la
suya.
Lali simplemente agachó la cabeza.
—Dime por qué no —insistió él.
—Eres mi jefe.
Bingo. Una razón sincera, y una que sentía que debía superar.
—Eso es sólo una situación.
—No es ético.
—No, no lo es. Ocurre todo el tiempo.
—Eso no hace que esté bien. Hay un desequilibrio de... poder.
—Yo no abusaría de eso y, aunque lo intentara, tú no me dejarías.
Vio una sombra en su mirada y el corazón le dio un vuelco. Podían superar aquello. Tenían que hacerlo.
Estaba desesperado por tocarla. Desesperado por rodearla con sus brazos, por besarla. Se obligó a ir despacio. A actuar gentilmente. No podía permitirse asustarla más de lo que ya lo estaba. Maldijo las circunstancias en las que se habían conocido. Tampoco era agradable para él.
—De acuerdo —dijo suavemente. Subió el último escalón, quitándole la mano de la barandilla y caminando hacia ella. Lissa dio un paso atrás. Él siguió caminando, obligándola a atravesar el pequeño rellano hasta quedar aprisionada contra la pared. Dio otro paso más para que sus
cuerpos estuvieran casi pegados. Sin soltarle la mano, comenzó a acariciarle la muñeca con el pulgar. Sentía su pulso acelerado mientras la miraba, viendo el brillo desafiante en sus ojos mezclados con la pasión. Se sintió tremendamente satisfecho—. Los dos somos adultos. Estamos en igualdad de condiciones.
Lali abrió la boca para discutir, pero él la detuvo del mejor modo que se le ocurrió. Ella se derritió entre sus brazos, suspirando suavemente. Su cuerpo, rígido de antemano, se sentó más en respuesta. Sintió su boca suave y dulce mientras se abría ante él. Hizo un esfuerzo por ser gentil, por no devorarla como le pedía su instinto. Pero no pudo evitarlo. No pudo controlar el deseo de tocarla por todas partes, especialmente allí. Había pasado noches enteras soñando con eso, recordando la sensación de sus dedos sobre la piel de sus muslos.
Bajó las manos, deslizándolas bajo su falda y subiéndolas hasta tocar sus muslos. Tenía que saberlo. Sí, allí estaba. Sus dedos llegaron al final de las medias y palparon la piel desnuda. El torrente de deseo se impuso a su autocontrol y gimió contra ella. Lali restregó las caderas contra él y Peter supo que deseaba más. Había dejado a un lado la inhibición y estaba besándolo con la misma pasión que él a ella. Le encantaba sentir sus dedos en el pelo, y gimió de placer al presionar las caderas contra ella.

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