lunes, 11 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"


CAPITULO 19
Peter subió las escaleras hacia la oficina con más energía que un reactor nuclear. La sangre le ardía en las venas. Se sentía vivo y su excitación era palpable. La reunión había sido un éxito. El cliente había mordido el anzuelo y había prometido un proyecto importante para Franklin. Peter había demostrado su derecho a ganar ese ascenso.
Y ahora iba a ganar lo que realmente deseaba. A Lali. No había vuelta atrás. La noche anterior le había atormentado. Tan apasionada, tan caliente. Ardiente de deseo por él. Había estado a punto de perder la razón y poseerla en la mesa. Qué imagen habrían dado cuando Andres y Nicolás hubieran regresado de comprar la pizza.
Se rió en voz alta. Apenas había dormido, pero tampoco lo habría hecho teniendo la reunión por la mañana. No le importaba que eso hubiera eliminado sus posibilidades de estar con ella la noche anterior. Eso hacía que la perspectiva de esa noche fuese más excitante. Era como si la hubiese deseado desde siempre. Había sido bueno tener la presentación para concentrarse; recitar hechos y cifras había sido una manera de conseguir dormir en vez de dar vueltas en la cama con la mayor erección de su vida. Por supuesto, mientras dormía soñaba con ella. El dolor que sentía en su cuerpo había ido creciendo desde la noche que la conoció. Era tan viva, tan directa, tan sexy con aquellas piernas largas y su melena color caramelo. Pero su reticencia en la oficina había estado a punto de acabar con él. Había tenido que hacer un gran esfuerzo para no tomarle el pelo, para no atormentarla hasta que se delatara a sí misma.
Su cuerpo se tensó al pensar en la noche que tenía por delante. Por fin iba a ocurrir. Después de la respuesta de Lali la noche anterior, sabía que no podría decirle que no.
No estaba seguro de qué había querido hacer ella cuando regresaron los otros. Había visto el miedo en sus ojos e imaginó que querría intentar apartarlo de nuevo. Pero no podía. Se había abierto a él, y dar marcha atrás ya era imposible. Él lo sabía. Sabía que su pasión por él era tan ardiente como la suya por ella. Y ella también lo sabía.
Entró en la biblioteca con la intención de establecer una cita, incluso antes de ir a hablar con George, el socio directivo, para contarle qué tal había ido la reunión. Se detuvo en seco al ver su silla vacía. Miró a su alrededor y se encontró con Rocío.
—No está aquí —dijo ella.
Peter se sintió decepcionado y tuvo un mal presentimiento.
—Está en casa. Enferma.
—¿Qué sucede?
—Gripe, creo. Tenía muy mala voz —Rochi y Hugo estaba observándolo fijamente. ¿Sabrían algo de lo que ocurría entre Lali y él? Francamente, no le importaba lo que pensaran, pero sabía que a Lali sí.
—De acuerdo —dijo—. Sólo quería contarle cómo ha ido la reunión.
Hugo asintió y regresó a su trabajo. Peter miró a Rocío. Su expresión escéptica le dejó claro que no había logrado engañarla. Le guiñó un ojo y se marchó.

Una hora y pico más tarde, tras reunirse con George, Andres y Nicolás, y tomándose la tarde
libre, Peter se encontraba subiendo otras escaleras. Por suerte la había llevado a casa aquella primera noche, de lo contrario habría tenido que pedirle su dirección a Rochi, y eso habría levantado sospechas.
Llegó a la puerta de su piso y llamó. Si estaba enferma, él cuidaría de ella. Haría cualquier cosa por esa mujer. Dejó de llamar mientras absorbía esa idea. ¿Cualquier cosa?
No, haría lo mismo por cualquiera que no estuviese bien. La compasión era una reacción humana normal. No estaba guiado por necesidad mayor sólo porque se tratase de Lali.
No había tenido una novia de verdad en mucho tiempo, y tampoco quería una. Había tenido citas, claro, pero no mucho más. Había estado demasiado centrado en su trabajo. Y aún lo estaba. Sólo qué ahora había algo más que demandaba su atención. 
Lali.
Tras esperar unos segundos, volvió a llamar, más fuerte esa vez, incapaz de controlar la necesidad de verla. Finalmente oyó un movimiento al otro lado de la puerta. Se abrió una fracción y, cuando vio sus ojos mirándolo con sorpresa, la empujó para abrirla del todo.
Llevaba puesta una vieja camiseta blanca y nada más. Al menos esperaba que llevase ropa interior, pues la camiseta era grande y le llegaba hasta los muslos. Toda la sangre de su cuerpo se dirigió al sur a toda velocidad. Se obligó a mirar hacia arriba.
Una capa de sudor cubría su cara y sus ojos parecían enormes en contraste con su piel pálida.
Se había recogido el pelo con una coleta, pero tenía varios mechones sueltos. Pensó que parecía hermosa, pero, aunque el deseo quemaba su cuerpo por dentro, pudo ver que no estaba de humor para una sesión de sexo. Parecía como si fuese a desmayarse en cualquier momento.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Quería asegurarme de que estuvieras bien —bueno, quería eso y muchas otras cosas, pero
tendrían que esperar por el momento.
—Estoy bien —contestó Lali apoyándose contra la pared.
—No, no lo estás —insistió Peter mientras cerraba la puerta tras él.
Lali se incorporó con visible esfuerzo y atravesó la sala. Peter la siguió, mirando a su alrededor con preocupación creciente. El piso era muy pequeño. Se trataba de un estudio bastante frío.
Pronto su preocupación se convirtió en irritación. No pudo evitar ver la enorme cama situada en una esquina con las sábanas revueltas. Apartó la mirada apresuradamente. Obviamente no estaba durmiendo bien, a juzgar por el estado de las sábanas. O eso, o nunca hacía la cama.
—¿Has comido? —le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—¿Has bebido algo? Volvió a negar.
—¿Has tomado alguna medicación?
—No empieces a sermonearme —dijo ella levantando una mano—. Estoy bien; simplemente es un virus.
Se quedó mirando cómo regresaba a la cama, obviamente tratando de controlar los temblores.
—Sí, seguro, un virus. Pareces medio muerta. ¿Dónde está la cocina?
Lali señaló hacia las puertas de armario que había en una esquina. El las abrió y se quedó
mirando con descrédito. La cocina consistía en un frigorífico pequeño, una estantería para la
comida, unos tres platos, algunos cubiertos, un microondas, dos fogones y un fregadero. Observó los escasos paquetes que había en la estantería. Cereales, cereales y más cereales. Todos medio llenos. Abrió el frigorífico, sabiendo de antemano lo que encontraría.
Justo lo que pensaba; leche desnatada y un par de botes de yogur. El bote de salsa de chocolate que se encontraba en la estantería del medio lo distrajo momentáneamente. Trató de no pensar en la idea de lamerle el chocolate de los pechos y cerró la puerta del frigorífico con fuerza.
—Esto es ridículo. ¿Qué comes?
—Hay un supermercado a la vuelta de la esquina —contestó ella a la defensiva—. No he ido en un par de días.
—Obviamente. No me extraña que estés tan delgada, si apenas comes.
—Como en la oficina.
—Comes cereales en la oficina. ¿No comes otra cosa?
—Me gusta la sopa —contestó Lali, levantando la barbilla con aire desafiante.
Resistiendo la necesidad de darle un beso en la boca como deseaba hacer, dijo:
—¿Cuándo fue la última vez que tomaste una comida casera decente?
—Esta es mi casa, y cocino. Y no es asunto tuyo —se tiró sobre la cama y arruinó
completamente su efecto desafiante al doblarse sobre el colchón y toser. Peter se acercó a ella y le frotó la espalda. Sintió su calor a través de la camiseta e intentó no pensar en el hecho de que no llevaba sujetador.

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