lunes, 25 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"

CAPITULO 23
Cansada y sudorosa, se quedó dormida entre sus brazos. En alguna parte de su mente apareció la idea de que debía irse a casa. Que debía salir corriendo a toda velocidad, lo más lejos de allí.
Pero estaba cansada. Muy cansada. Y muy satisfecha. Se despertaba, lo veía, lo deseaba y volvía a tenerlo de nuevo. No estaba segura de si ocurrió tres, cuatro o cinco veces durante la noche. Lo único que sabía era que seguía sin ser suficiente. Peter era un dios del sexo. Ella jamás había experimentado tanto placer. Y, tras saborearlo, quería sentirlo de nuevo, una y otra vez. Se dijo a sí misma que sólo por esa noche.
Por la mañana, el mágico santuario de la oscuridad permanecía. Era como si una burbuja los hubiera envuelto en un mundo donde sólo ellos existían. Donde las dudas, los pasados y los futuros yacían olvidados, prohibidos. Ella estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina, vestida con su negligé de seda, viendo cómo él preparaba el desayuno llevando sólo unos boxer.
Había algo decadente en aquella escena. Le preparó unos huevos, y ella se los comió, deleitándose con su presencia e ignorando el hecho de que la tira del negligé se había deslizado por su hombro.
¿Cuándo había sido la última vez que alguien había cocinado para ella? ¿Cuándo alguien la había hecho sentirse tan cuidada? ¿Tan mimada? ¿Tan querida?
La sonrisa murió en sus labios mientras lo miraba. Aquello no podía ser amor. Era simplemente atracción. Eso era todo lo que podía ser. Peter le mantuvo la mirada mientras dejaba a un lado la sartén y se acercaba a ella. Inclinó la cabeza y, con el más leve roce, le hizo olvidar sus dudas.
Olvidar su preocupación y sus reglas, volviendo a sentir el fuego en su interior. La poseyó sentada en el taburete, con él de pie. Ella con el negligé levantado, él con los boxer a medio camino sobre sus muslos de acero. De pronto la levantó, aguantando su peso, penetrándola más profundamente.
Lali se apoyó contra él, respirando entrecortadamente, aún abrumada por el intenso climax que habían compartido. Peter la meció durante unos minutos, acariciándola suavemente con las manos.
La levantó de nuevo y la llevó al cuarto de baño. Se metió con ella bajo la ducha caliente, enjabonándole la espalda, masajeándole los hombros. Volvió a excitarla, más despacio en esa ocasión, pero con la misma pasión.
Lali se puso la bata sabiendo que debería estar poniéndose la ropa en su lugar. Pero era el cansancio el que guiaba sus movimientos, de modo que ignoró las dudas que susurraban en su cabeza: «¿Qué estás haciendo? No deberías estar aquí. Estás quedando como una tonta; él te hará quedar como una tonta». Olvidó sus preocupaciones mientras él la envolvía en una suave manta en el sofá, colocando ante ella una selección de libros y una jarra de agua. Sus cuidados resultaban tan tiernos que tuvo miedo de preguntarse cuál sería el motivo. Nadie se había preocupado de ese modo por ella desde que su madre había muerto. Cerró los ojos y bloqueó sus pensamientos.
Segundos más tarde, se quedó dormida.
—Lali, tenemos que hablar —el sofá se hundió bajo su peso cuando ella abrió los ojos.
—No, no tenemos, Pitt.
—Yo creo que sí.
—No —insistió ella. No deseaba aquello, no en ese momento. Simplemente deseaba sentir.
Sólo prolongar la magia un poco más antes de tener que ponerle fin por su propio bien.
Sus ojos parecían llenos de palabras calladas. Se permitió disfrutar por un instante, pero enseguida reaparecieron sus dudas. ¿Iba a ser la típica conversación en la que él le hacía promesas? ¿Promesas como las que le había hecho Grant? ¿Falsas promesas? ¿Promesas vacías?
No podía confiar en él. Después de todo, apenas lo conocía. Su parte más débil se rebeló; sí lo conocía. Había presenciado su integridad en el trabajo; su encanto y su carisma. Estaba en su apartamento, por el amor de Dios, algo que nunca había ocurrido con Benjamín. No había rastro de otra mujer en su vida.
No. Tenía que pensar que aquello era sólo una aventura. Cuando se marchara a casa, acabaría.
Nunca podría tener una relación así en el trabajo.
Sabía que estaba observándola intensamente mientras pensaba.
—Lali...
Sin querer escuchar lo que creía que serían mentiras y demasiado asustada para arriesgarse a que no lo fueran, Lali se movió para silenciarlo, tragándose literalmente sus palabras.
Más tarde, Peter regresó a la cocina para llevarle más sopa. Comieron tranquilamente y, como postre, se devoraron mutuamente.
En algún momento, Lali se despertó, tenía el cuerpo dolorido, pero satisfecho. Tenía la cabeza apoyada sobre el muslo de Peter, y él estaba sentado en un extremo del sofá. Sonaba una suave música de fondo mientras leía. Era tan guapo, y un amante tan generoso. Deseaba hacer algo sólo por él. Aunque ¿a quién quería engañar? Deseaba hacerlo por ella misma, mientras pudiera. Se giró, mirando hacia su cuerpo, con su entrepierna delante. Antes de que pudiera impedírselo, le desabrochó los vaqueros, tomando con fuerza su miembro con la mano.
—¿La?
—Déjame hacerlo —dijo ella. Se inclinó hacia delante y comenzó su exploración oral. Oyó cómo el libro que estaba leyendo caía al suelo. Luego se sintió envuelta por el placer que experimentaba al descubrirlo. Deslizó la lengua por su erección caliente, cerrando los ojos y respirando su olor, acariciándolo suavemente con ambas manos, besándolo, saboreándolo.
—¡Para, para!
Oyó sus gemidos y miró hacia arriba.
—No aguanto más —dijo él.
Ella se rió y siguió acariciándolo con las manos.
—De eso se trata —luego bajó los labios de nuevo y siguió lamiéndolo como si fuera su piruleta favorita.
Él se convulsionó y gimió, dándole todo lo que tenía, y Lali disfrutó del poder que tenía para reducirlo a un simple cuerpo capaz de nada salvo disfrutar del placer. Un fin de semana de placer físico; eso era de lo que se trataba. No podría ser nada más.
Relamiéndose los labios, miró a Peter con una sonrisa de satisfacción.
—Estoy segura de que es bueno para mí.
—Yo sé que es bueno para mí —dijo él respirando entrecortadamente—. Vas a provocarme un ataque al corazón si vuelves a hacerme eso. La próxima vez, avísame para estar preparado.
—Tú siempre estás preparado —dijo ella—. Eso es lo que me gusta de ti.
Bostezó y estiró los pies. Volvió a darse la vuelta y colocó la cabeza sobre su regazo, cerrando los ojos. Acariciada por el calor del fuego y de sus brazos, jamás se había sentido tan satisfecha.
Su voz de sorpresa pareció provenir de kilómetros de distancia.
—Pensé que era yo el que debería darse la vuelta y quedarse dormido.

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