sábado, 23 de agosto de 2014

"Toda la noche con el jefe"


CAPITULO 21
Peter regresó veinte minutos después con una bandeja que olía de maravilla.
En esa ocasión, Lali pudo incorporarse sin problema. Se colocó una almohada detrás mientras él le colocaba la bandeja sobre las rodillas con una sonrisa. El corazón le dio un vuelco, y trató de ignorar la ternura de sus acciones.
—Tiene buen aspecto —dijo ella al contemplar la bandeja. En el centro había un cuenco de
sopa acompañada de pan tostado. Había otro cuenco más pequeño con fruta fresca, entre la que había frambuesas. Estaba en el cielo. Agarró el vaso de zumo que había a un lado y lo probó. Piña. ¿Cómo sabía cuáles eran sus cosas favoritas? La pregunta debía de estar escrita en su cara.
—Anoche no hacías más que pedirlo —dijo él con una sonrisa—. Tuve que ir a una tienda
abierta las veinticuatro horas para comprarlo.
—Gracias —Lali dejó el vaso y se sintió mal por haber reaccionado tan ingratamente antes—.
Te he dado muchos problemas.
—Nada de eso —dijo él— Tómate la sopa; es de pimiento rojo.
No hizo falta que se lo dijera dos veces.
—¿Y tú? —preguntó mientras comía.
—Yo ya he comido —contestó Peter, sentándose al otro extremo de la cama.
No pudo comérselo todo, pero, cuando finalmente se recostó, se sentía mucho mejor. Peter le
dirigió una sonrisa, y ella deseó que no lo hubiera hecho. Cada vez que lo hacía, su determinación disminuía un centímetro; o más bien un kilómetro.
—Ahora tienes que tomarte esto —dijo él, agitando un bote de pastillas con la mano.
Lali frunció el ceño.
—Son antibióticos —explicó Peter—. Tienes una infección en el pecho además de gripe. El
médico te ha recetado esto. Hasta ahora no has tenido problemas para tomártelas.
—¿Médico? ¿Qué médico?
—Uno de mis amigos es médico de cabecera. Vino ayer después del trabajo y te examinó.
—¿Tan preocupado estabas por mí? —preguntó ella mientras se tomaba la medicación junto
con lo que le quedaba del zumo.
—Sí —contestó él con una sonrisa—. ¿Quieres estirar las piernas?
Quería. Claro que quería; estirarlas caminando hasta casa, o eso debía hacer.
—¿Tienes algo que pueda ponerme encima de...? —dejó de hablar y se señaló los pechos con la mano. Vio el deseo en su mirada mientras seguía el movimiento de sus manos e inmediatamente se colocó los brazos delante del pecho para tratar de ocultar la reacción que se produjo en ellos.
—Había una bata a juego —dijo él. Se puso en pie y se acercó a la cómoda, de donde sacó una bata de seda de color crema—. Te veré en el salón. No tiene pérdida —y sin más salió de la habitación.
Mientras Lali sacaba las piernas de la cama, pensó que ya era un poco tarde para la modestia.
Aun así, ¿quién era ella para preocuparse por la modestia? Si no recordaba mal, había sido ella la que se había sentado en el escritorio, rogándole que le hiciera el amor en medio de la oficina incluso arriesgándose a ser descubiertos. ¿Acaso no tenía vergüenza? Se dio cuenta de que no. No cuando se trataba de Peter.
Se quedó sentada en la cama durante unos segundos, asegurándose de que tuviera la fuerza
necesaria antes de levantarse. Aún se sentía débil y, además, cansada. Pero no quería quedarse tumbada en la cama con Peter al lado. Era una tentación demasiado grande.
Se puso la bata y se miró en el espejo que había en el otro lado de la habitación. Su palidez le sorprendió. Y tenía el pelo hecho un desastre. Lo que realmente necesitaba era una ducha. Al salir de la habitación descubrió que Peter tenía razón; no tenía pérdida. Siguiendo los ruidos, pasó frente a otra puerta abierta, que era el baño, y otra cerrada, que debía de ser su habitación.
Controló el deseo de abrirla y echar un vistazo.
Peter estaba en la cocina, y llevaba dos toallas en la mano. Realmente pensaba en todo.
—¿Quieres ducharte? Te sentirás mejor.
Lali se detuvo frente a él y lo miró. Realmente estaba increíble con esos vaqueros ajustados y
la camiseta. Su pecho ocupaba casi toda su visión, pues era muy ancho. ¿Dos toallas? ¿Una para cada uno? ¿Adonde había ido a parar su autocontrol?
—Gracias —dijo ella. Empezaba a sentir su cuerpo sensible de nuevo, y en esa ocasión no tenía que ver con la fiebre.
Lentamente, Peter le ofreció las toallas sin dejar de mirarla. El corazón comenzó a latirle con
fuerza. Estiró los brazos y agarró las toallas, apartando la mirada inmediatamente. Tenía que salir deprisa de allí o no habría marcha atrás.
—Después debería irme a casa. ¿Me podrías llevar?
—No vas a ir a casa esta noche.
Sabía que diría eso. También sabía que no iba a resistirse. Mucho.
—¿Por qué no?
—Se está haciendo tarde. Aún estás débil. En tu piso hace frío —obviamente había estado
pensando en las razones.
—Se me olvidó encender el radiador —dijo ella.
—Te quedarás aquí —ambos se quedaron mirándose mutuamente y él sonrió—. No te preocupes. Estarás a salvo.
Sí, seguro. No era por él por quien estaba preocupada. Sino por ella misma y su propia debilidad.
—Iré a buscar el otro negligé —dijo él—. Lo dejaré en tu habitación. Me llevé el neceser de tu piso; espero que tenga todo lo que necesites. Está en el baño. No quería fisgonear, así que
también compré un cepillo de dientes y un peine en la tienda por si acaso.
—Vaya, has pensado en todo —dijo ella sarcásticamente—. ¿Haces esto con frecuencia?
El se rió, y Lali se dejó envolver por ese sonido cálido que la había derretido la primera noche.
—No. Casi todo lo que hago contigo es por primera vez.
Se preguntó a qué se referiría con eso, y se dirigió inmediatamente al cuarto de baño.
Como Peter había dicho, su neceser estaba junto al lavabo. Miró dentro. Siempre lo tenía preparado, por si acaso alguna vez sentía la necesidad de tomarse unas vacaciones de fin de semana. Justo debajo del desodorante se encontraba la caja de la pildora. La sacó de la bolsa. No la tomaba con fines anticonceptivos, pues no había tenido relaciones con nadie desde Benjamin. La pequeña burbuja marcada con «sábado» estaba llena. Aún era sábado. La sacó del paquete y se la tragó. Una chica nunca estaba demasiado preparada.
Se metió en la ducha y abrió el grifo. La presión resultó maravillosa, y no pudo evitar quedarse debajo del chorro durante un largo rato, dejando que el agua resbalase por su cuerpo y su cabeza.
Era agradable deshacerse del sudor. Trató de no pensar en él. Trató de ignorar el deseo que crecía en su estómago. Era como tratar de detener un maremoto con una servilleta. Estaban solos. El mundo exterior se había quedado al otro lado de la puerta. Sólo estaban Peter y ella. Lejos de la oficina, en su casa. Ella lo sabía y deseaba que fuese así, por el momento. Alcanzó el gel de ducha y vio que en el envase anunciaban sus poderes terapéuticos: «vigorizante». Abrió el tapón y aspiró el olor a limón que tenía asociado a Peter. Al gel le faltaba esa esencia masculina que era propia de Peter, pero estaba cerca. Cerró los ojos mientras se lavaba, disfrutando de la sensación de ser envuelta por su presencia.
Peter llamó a la puerta mientras ella se secaba.
—¿Lali, estás bien?
—Sí, enseguida salgo.
Tras ponerse el otro negligé, que era igual que el primero aunque en color azul pastel, y la bata, regresó al salón. El piso era muy cálido. Incluso sus pies, que normalmente eran como bloques de hielo, estaban calientes aun yendo descalza.
Peter estaba de rodillas encendiendo la estufa.
—Lo siento —dijo al oír su llegada—. Has tardado un poco y tenía miedo de que te hubieras
desmayado en la ducha o algo.
—No —dijo ella con una sonrisa—. Es cosa de chicas. Tardamos mucho en la ducha. Los
hombres sois todos iguales. Abrís el grifo, entráis, salís, os vestís sin secaros correctamente y ya está.
—¿De verdad? ¿Y cómo es que sabes tanto sobre el tema?
—Compañeros de piso discutiendo por la factura del agua —dijo ella bromeando mientras se ataba la bata con más fuerza. Tenía que admitir que le gustaba sentir la seda contra su piel. Era suave y sensual. Su diseño sencillo le quedaba bien. Sabía que probablemente sería muy caro. La hacía sentir sexy, y no pudo evitar pensar en el sexo. Se dio cuenta entonces de que llevaba demasiado tiempo mirándole los muslos a Peter. El tejido vaquero resaltaba su figura fuerte y musculosa mejor que los pantalones de traje. Levantó la mirada inmediatamente. Era demasiado consciente de su cuerpo.
—¿Me puedes dejar el peine que me has dicho? No tengo ninguno en el neceser.
—Claro. Iré a buscarlo.
Lali respiró profundamente cuando él se ausentó de la habitación brevemente. Pero la sangre
comenzó a palpitarle de nuevo cuando regresó, con el peine en la mano. Sus dedos se rozaron cuando se lo entregó. La sensación de aquel ligero roce fue suficiente para provocarle un escalofrío. Durante la hora y media que llevaba despierta, su cuerpo iba reaccionando de manera cada vez más fuerte a su presencia. Ya hasta el más ligero de los roces hacía que sintiese el deseo.
Era una locura haber accedido a quedarse. Pero era una locura que no podía detener. Se sentó en el sofá e intentó peinarse. Tras pocos segundos se sentía exhausta de mantener los brazos en alto. Era patético. Él pareció saberlo. Se preguntó si lo sabría todo, si sabía lo excitada que estaba y que su cercanía hacía que se volviese loca. Que le resultaba tan sexy que simplemente le daban ganas de acercarse y darle un beso.
—Déjame a mí —dijo él en voz baja. Le quitó el peine y ella se giró sobre el sofá. Luego le
colocó la toalla sobre los hombros y le levantó el pelo con cuidado, peinándoselo suavemente y con un ritmo relajante.
Se detuvo y Lali oyó el sonido mientras dejaba el peine sobre la mesa. Sintió cómo presionaba la toalla sobre su pelo, absorbiendo la humedad. Después le quitó la toalla. Ella se quedó quieta, aguantando la respiración. Él parecía haberse detenido también. Y entonces, justo cuando sabía que iba a ocurrir, sintió sus labios calientes en el cuello.


CAPITULO 22
Lali podría haber parado fácilmente lo que estaba sucediendo. Una mirada, una palabra, era lo único que habría hecho falta. Pero no dijo nada. Cerró los ojos e inclinó la cabeza, invitando a Peter a seguir con sus besos. Y así lo hizo. De manera extremadamente erótica, sus labios fueron bajando lentamente por su cuello. Al llegar al hombro, le dio un pequeño mordisco.
Un suave gemido escapó de sus labios mientras Peter la rodeaba con los brazos. Mientras un
brazo le rodeaba la cadera con firmeza, el otro buscaba su pecho. Le acarició el pezón con el
pulgar y ella se inclinó hacia atrás. Aquello era lo que deseaba, más que nada. Todas las preocupaciones comenzaron a evaporarse de su mente.
Además, se recordó a sí misma que no estaban en la oficina. Era perfecto.
Peter la rodeó fuertemente con los brazos y la levantó, colocándola sobre su rodilla mientras se recostaba en el sofá.
Lali lo miró mientras la abrazaba. Podía sentir su erección caliente presionando su cuerpo.
Sabía que estaba esperando su reacción, dándole la oportunidad de apartarse. Lenta y deliberadamente, se lamió los labios.
—Bésame —susurró ella con la voz cargada de deseo.
Igual de lenta y deliberadamente, él agachó la cabeza, y el contacto con sus labios desató un
auténtico torrente de sensaciones. Lali abrió la boca inmediatamente, pidiendo más, y él regresó con más ímpetu. Los besos entre ellos nunca eran tiernos y pequeños durante mucho tiempo. Su pasión era demasiado fuerte para ser contenida.
Sentía como si pudiera seguir besándolo durante horas. Besos largos en los que por fin tuviera la libertad de explorar su preciosa boca y de sentir su lengua. Pero lentamente fue surgiendo en su interior la sensación de que aquello no era suficiente. Deseaba más. Se movió inquieta y sintió cómo sus manos comenzaban una exploración más íntima de su cuerpo. Le desabrochó la bata, dejando sus hombros al descubierto. Le siguieron los finos tirantes del negligé. Ella levantó los brazos y el suave tejido cayó hasta su cintura, revelando sus pechos. Con un gemido, Peter agachó la cabeza y saboreó el pezón más cercano. Chupando y absorbiendo alternativamente, le produjo las sensaciones más exquisitas. Ella lo observaba con los ojos medio cerrados, excitada casi más por la mirada de placer de su rostro.
Deslizó luego los dedos por su pierna, subiendo poco a poco hasta que sus muslos quedaron al descubierto. Era un tormento tan delicioso que Lali se retorció y separó las piernas. Finalmente sintió cómo su mano llegaba al final del muslo y se deslizaba sobre su zona más húmeda, haciéndola gemir de placer. Aquello era lo que deseaba, más. Mucho más.
—¿Te gusta? —preguntó él con una sonrisa.
«Gustar» no era la palabra. Simplemente se restregó contra su mano. Él obedeció su orden
silenciosa y comenzó a acariciarla rítmicamente. Lalile devolvió la sonrisa y tiró de su cabeza
hacia ella, deseando volver a saborearlo y sentir cada parte de su cuerpo. Peter le cubrió la cara de besos, bajando por el cuello hasta llegar de nuevo a sus pechos. Regresó a sus labios y repitió la acción varias veces hasta que Lali sintió su torso ardiendo y gimió de placer, incapaz de moverse, incapaz de hacer nada salvo disfrutar de la deliciosa tortura que eran sus besos. Siguió acariciándola suavemente con los dedos hasta que estuvo húmeda y empezó a rotar la pelvis contra su mano.
—Quiero ver tu orgasmo —susurró él entre besos—. Quiero sentirlo, saborearlo. Quiero oírte.
Hazlo para mí.
No le costó mucho. Sus palabras, sus labios, sus manos y sus dedos la hicieron llegar  rápidamente al orgasmo.
—Peter —gimió—. Peter, quiero... —gimió de nuevo, incapaz de pronunciar las palabras. Él siguió torturándola con sus dedos y su boca, sin darle un segundo de respiro. Lali arqueó los pies al sentir la primera sacudida recorriendo su cuerpo. Aun así él siguió, lamiéndola, acariciándola. Su cuerpo se agitaba incontrolablemente una y otra vez mientras ella gritaba de placer.
Entonces se quedó quieta, extasiada. Su mente se negaba a funcionar. Habiendo sentido sólo dolor durante los últimos días, su cuerpo disfrutó del agradable calor que la envolvía. No habría podido abrir los ojos aunque lo hubiera intentado. Apenas fue consciente de cómo su mano le acariciaba el brazo y las piernas suavemente. Una pequeña parte de ella le susurraba que deseaba más, que la esperaban más cosas, pero no era capaz de concentrarse. Poco a poco fue perdiendo la consciencia.

Estaba oscuro cuando se despertó, pero la habitación estaba parcialmente iluminada con la luz que entraba por la puerta abierta que daba al pasillo. Parpadeó, ajustando la vista a la penumbra, reviviendo mentalmente lo que había ocurrido la última vez que se había despertado. Excitada nuevamente en cuestión de segundos, estaba ansiosa porque llegara el plato principal. Peter estaba tumbado a su lado, con el brazo colocado sobre su cadera. Respiraba tranquilamente, pero sabía que estaba despierto. Podía sentir la vitalidad que emanaba de su cuerpo.
—¿Dónde estoy? —preguntó ella con una sonrisa.
—Donde tienes que estar —contestó él inmediatamente.
El estómago le dio un vuelco y el pulso se le aceleró al instante.
—¿Y eso dónde es? —sabía la respuesta, pero quería oírla. Quería oír la pasión en su voz.
—En mi cama.
Un torrente de satisfacción surgió de su interior, mezclándose con el deseo. Acercó la cabeza a la suya y lo besó apasionadamente. No importaba nada más. Nada salvo estar allí con él en ese momento.
Presionó el cuerpo contra él y se sintió pletórica al descubrir que estaba completamente desnudo. Caliente, excitado y finalmente suyo.
Echó la cabeza hacia atrás y lo desafió.
—¿Dónde está mi negligé?
—Se resbaló —contestó él con una sonrisa.
—¿Es que te gusta desnudarme mientras duermo?
Sintió su aliento caliente mientras se reía. Exploró su pecho con los dedos, enredándolos en el
vello, disfrutando del tacto de sus muslos contra ella. Deseaba deslizar las manos por ahí también, de modo que cambió de posición en la cama para poder hacerlo.
—Siento haberme quedado dormida encima de ti —dijo ella con voz rasgada. Deslizó las manos por sus abdominales y encontró su pezón con la lengua, saboreándolo hasta endurecerlo.
—Yo no lo siento. Ha sido precioso. Tú eres preciosa —dijo Peter mientras deslizaba la mano por su espalda.
—Ahora estoy despierta —dijo ella mientras palpaba sus muslos con las manos.
—No bromees.
Complacida y excitada por el efecto de la noche, tomó su erección con la mano. Sólo lo había acariciado dos veces, apreciando su longitud y grosor, cuando él la detuvo, agarrándole la muñeca con la mano.
—Dentro de ti —murmuró—. Quiero estar dentro de ti —la tumbó de espaldas sobre la cama y
la cubrió de besos.
Cuando finalmente levantó la cabeza, Lali supo que estaba perdida.
—¿Entonces qué estás esperando?
—Llevo demasiado tiempo esperando esto como para acabar en dos minutos.
La excitación recorrió su cuerpo. No sabía si podría aguantar mucho más. Lo deseaba en ese
momento. Era como si lo hubiese deseado siempre. Pero él se mostraba implacable. Sus manos y su boca recorrían su cuerpo, prendiéndole fuego a su piel, amenazando con cegar su razón. Peter apartó las sábanas, pues el calor de sus cuerpos los mantendría calientes. Lali dio rienda suelta a su deseo, para tocarlo, para besarlo como había soñado noche tras noche. Pero Peter pronto se zafó de ella, gimiendo mientras recuperaba el control de la situación. Lali sólo pudo tumbarse y dejar que la acariciara de formas que sólo había imaginado.
Le mordisqueó la parte interna de los muslos, calmando después su piel con húmedos besos.
—Peter —susurró ella—. No puedo más.
—Sí que puedes —y entonces la besó justo ahí, saboreando con la lengua su humedad,
absorbiendo regularmente hasta hacerle cerrar los puños sobre su pelo. En ese momento introdujo los dedos dentro de ella, mientras con la otra mano le estimulaba un pezón. Lali echó la cabeza hacia atrás y arqueó el cuerpo, demostrando que tenía razón; su mente y su cuerpo explotaron mientras salía catapultada hacia el éxtasis.
—¿Aún estás conmigo? —preguntó él mientras le daba suaves besos en el estómago.
El poder y la intensidad de aquel orgasmo no la habían dejado satisfecha. Sólo había servido para empeorar el insoportable dolor que sentía en su interior. Necesitaba sentirlo dentro.
—Hazme el amor, Peter. Por favor.
Peter la miró intensamente, rígido por el deseo, y entonces la besó, presionando su cabeza
contra el colchón. Lali sintió el peso de su cuerpo sobre ella y su excitación aumentó nuevamente. Notó la humedad de su piel y supo que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse.
En ese momento, Peter estiró el brazo hacia la mesilla de noche.
—No pasa nada —dijo ella— Tomo la pildora.
—Bien —contestó él con voz rasgada—. ¿Estás segura? ¿Estás segura de estar lista para esto?
Estaba más que segura y no quería que hubiese nada entre ellos. Peter se acercó más y ya no pudo pensar en nada que no fuera él. Sus oídos sólo oían su respiración entrecortada y sus propios gemidos. Tiró de él para que se diera prisa, pero él se mantuvo quieto, apoyándose sobre ella y atravesándola con su mirada ardiente. Entonces, tan suavemente como un cuchillo caliente deslizándose por la mantequilla, la penetró. Por fin.
Fue tan increíble que, por un momento, Lali dejó la mente completamente en blanco. Luego
se dio cuenta de que el gemido de placer había sido suyo. Abrió los ojos y lo miró con una sonrisa, viendo reflejado en su cara el placer que ella sentía. Flexionó las caderas levemente hacia él.
—Aún no —dijo él apretando los dientes—, o no durará ni dos segundos.
Lali vio cómo luchaba por controlarse, entusiasmada porque él, al igual que ella, hubiera estado a punto de llegar al éxtasis en el instante en que se habían unido. Contenta de que sintiera la misma pasión que ella sentía por él.
Lentamente, él levantó una mano y le acarició el pelo, bajando por su cara con dedos temblorosos. Sin dejar de mirarlo a los ojos, giró la cabeza ligeramente para darle un beso en la palma. Le dirigió una sonrisa y vio cómo su mirada se iluminaba en respuesta.
Por fin se movió. Apartándose lentamente y volviendo a juntarse. Eran embestidas lentas y seguras que parecían atravesar cada una de las barreras que Lali creía haber levantado permanentemente. Con cada movimiento la penetraba más, llegando hasta su corazón, convirtiéndose en parte de ella. Y, la verdad, era maravilloso.
Lali se arqueó hacia arriba para recibirlo, deslizando las manos por sus músculos, deleitándose con el placer de sentir sus cuerpos pegados.
Lentamente,Peter bailó con ella, a veces besándola, a veces manteniéndole la mirada. Ella le besaba el cuello; él le besaba los pechos. Pero, inevitablemente, el ritmo aumentó. Igual que la intensidad; hasta que finalmente fueron un solo cuerpo moviéndose al mismo salvaje. Peter la embistió una y otra vez hasta que, una vez más, su mente quedó en blanco al llegar al clímax.
Estremeciéndose, fue apenas consciente de cómo el cuerpo de Peter se convulsionaba mientras la abrazaba, gimiendo de placer cuando también él perdió el control.

8 comentarios:

  1. MORI con los capitulos . .subi massss

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  2. me encantaronnnnnnn los capitulossssssss son tan lindos los dossssssss masssssssss

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  3. Como disfrutaron!!!!,ya era hora.
    Lali no tuvo en cuenta k recién estaba enferma,y k los anticonceptivos pueden fallar ,si estás baja en defensas.
    Espero las consecuencias d sus actos,jajajajjajajajajaja.

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