Me senté en la encimera de la
cocina, observando a mi mamá hacer pasta al horno; ella estaba entrando
ligeramente en pánico y seguía mirando al reloj a cada minuto.
Sabía por qué lo hacía,
mi papá debía estar
en casa en exactamente en dieciséis minutos y
a él le gustaba que la cena estuviera en la mesa tan pronto como entrara.
Vico se acercó, jugando con sus
figuras del Hombre Araña.
—Mamá, ¿puedo ir a jugar a casa de Peter? —preguntó,
lanzándole una mirada de cachorrito.
Ella miró el reloj de nuevo y
sacudió la cabeza rápidamente.
—No ahora, Victorio. La cena no tardará mucho
y necesitamos comer como
una familia. —Se estremeció
ligeramente mientras hablaba.
La cara de Vico cayó, pero asintió y vino a sentarse a
mí lado. Inmediatamente le arrebaté el hombrecito
de sus manos y me reí
cuando jadeó y lo arrebató
de vuelta, sonriendo y poniendo los
ojos en blanco hacia mí. Él era un chico lindo, con cabello rubio y ojos grises con
motas marrones en ellos. Era mi hermano mayor, y como los hermanos
mayores, era el mejor.
Siempre me cuidaba en
casa y en la escuela, se
aseguraba de que nadie me
molestara. El único que
tenía permitido molestarme,
según su opinión,
era él, y en una
menor medida su mejor amigo Juan Pedro o Peter, que resultaba que vivía en
la casa de al lado.
—Entonces, La,
¿necesitas ayuda con tu
tarea? —preguntó él, codeándome.
Vico tenía diez, y era dos años mayor que yo, así que
siempre me ayudaba con el trabajo de la escuela.
—Nop. No tengo tarea. —Sonreí, balanceando mis piernas
mientras colgaban de la encimera.
—Bien, niños,
pongan la mesa por mí. Ya saben
cómo. Exactamente bien, ¿de acuerdo? —pidió mamá, rociando
queso sobre la pasta y poniéndola en el horno. Vico y yo nos bajamos de la
encimera y agarramos las cosas, dirigiéndonos a la sala comedor.
Mi papá era muy particular sobre todo,
si todo no estaba exactamente bien, se enojaba y nadie quería eso. Mi
mamá siempre decía que mi papá tenía un trabajo estresante. Siempre se
enojaba con facilidad si
hacíamos algo mal. Si has escuchado ese
dicho: Los niños
deberían ser vistos y no oídos ,
bueno, mi papá llevaba eso a otro extremo. En su
lugar, le gustaba: Los niños no
deberían ser vistos u oídos . A las
cinco treinta llegaba a casa todos
los días, comía la cena de inmediato, y luego Vico y yo éramos enviados a
nuestras habitaciones, en donde jugábamos en silencio hasta las
siete y treinta cuando teníamos que ir a la cama.
Odiaba esta hora del
día. Todo estaba bien
hasta que él llegaba a casa, y
luego todos cambiábamos. Vico siempre se
quedaba en silencio y no sonreía. Mi mamá tenía esa mirada es su cara, como
de miedo o preocupación, y empezaba a correr de aquí para allá ahuecando los
cojines sobre el sofá. Yo siempre me quedaba allí y deseaba silenciosamente que
pudiera esconderme en mi habitación y nunca salir. Vico y yo pusimos la mesa y luego
nos sentamos en silencio, esperando que el clic de la puerta señalara que él estaba en
casa. Podía sentir mi estómago revoloteando, mis manos empezando
a sudar mientras rezaba en mi cabeza que él hubiera tenido un buen día y
estuviera normal esta noche.
Algunas veces, en estaba en un
humor realmente bueno y me besaba y abrazaba. Me decía la niñita tan especial que
era, y lo
mucho que me
quería. Eso sucedía normalmente los domingos. Mi mamá y
Vico iban a la práctica de hockey
y me quedaba en casa con mi padre.
Aquellos Domingos eran los peores, pero no le dije jamás a nadie de esos días, y lo mucho que me tocaba y
me decía lo bonita que era. Odiaba esos días, y deseaba
que los fines de semana nunca llegaran. Prefería mucho más que fuera un día de escuela cuando sólo lo
veíamos para la hora de la cena. Definitivamente prefería
cuando me miraba con ojos enojados, que cuando me mira con
ojos suaves. No me
gusta en absoluto, me
hacía sentir incómoda, siempre hacía que
me temblaran las
manos. Afortunadamente, sin embargo,
hoy apenas era lunes,
así que tenía casi una semana antes de
que tuviera que preocuparme por eso de nuevo.
Un par de minutos después, él entró. Vico me lanzó una
mirada que me decía que me comportara y sostuvo mi mano
bajo la mesa. Mi padre tenía cabello rubio, del mismo color del de mi hermano. Tenía
ojos marrones, y siempre tenía el ceño fruncido.
—Hola, niños —dijo en su ruidosa y
profunda voz. Un estremecimiento se deslizó por mi columna
cuando habló. Puso
su maletín a un
lado y tomó asiento
a la cabeza de la mesa.
Intenté no mostrar
ninguna reacción; de hecho, intenté no moverme para nada. Siempre
parecía que era yo la
que metía a todos en problemas o hacía algo mal.
Siempre parecía que era la que empeoraba las cosas
para todos. No solía ser así, solía ser la niñita de papá, pero
desde que empezó su
trabajo, hace tres
años, cambió. Nuestra relación con él
cambió por completo. Él todavía me favorecía por encima de Vico, pero cuando venía
del trabajo, era como si quisiera pretender que Vico y yo no estábamos allí. La forma en que miraba a Vico algunas veces era como si estuviera deseando
que no existiera,
hacía que me doliera
el estómago verlo mirar a mi hermano de esa forma.
—Esto se ve
bien, Margaret —dijo él, dándole
una sonrisa. Todos empezamos a comer en silencio e intenté no
moverme incómodamente en mi lugar—. Entonces, ¿cómo estuvo la escuela, Victorio? —le
preguntó a mi hermano.
Vico levantó la mirada
nerviosamente.
—Estuvo bien, gracias. Intenté
entrar al equipo de hockey sobre hielo y Peter y yo…—empezó a decir, pero mi papá
asintió, sin escuchar.
—Eso es
genial, hijo —interrumpió él—.
¿Qué hay de ti, Mariana? —preguntó, volviendo su mirada hacia mí.
¡Oh, Dios! De acuerdo, sé cortés,
no divagues.
—Bien, gracias —respondí
calladamente.
—¡Habla más alto, niña! —gritó.
Me estremecí con su tono,
preguntándome si iba a pegarme, o quizá me enviaría a la cama sin cenar.
—Estuvo bien, gracias —repetí un
poco más fuerte.
Él frunció el ceño
y luego se
volvió hacia mi mamá, que estaba estrujándose las manos nerviosamente.
—Entonces,
Margaret, ¿qué has estado
haciendo hoy? —preguntó, comiendo
su cena.
—Bueno, fui al
supermercado y conseguí ese
shampoo que te gusta,
y luego planché un poco —respondió mi mamá rápidamente. Sonaba
como una respuesta preparada, siempre hacía eso,
tenía sus respuestas listas de modo que no fuera a decir nada inapropiado que lo
hiciera enojar.
—¡Mierda! ¡MARIANA,
estúpida pequeña perra! —gruñó,
agarrándome del brazo y empujándome bruscamente de la mesa. De repente mi
espalda golpeó la pared, el dolor me atravesó
y me mordí el labio para dejar de llorar. Llorar lo empeoraba todo, él odiaba
que llorara, decía que
solo los débiles lloraban. Lo vi
apartar su mano; iba a
golpearme. Sostuve el aliento
esperando el golpe, sabiendo
que no había nada que pudiera hacer más
que soportarlo, igual que siempre.
Mi hermano se levantó de un salto
de su silla y se abalanzó sobre mí, envolviendo con fuerza sus brazos a mí alrededor, cubriéndome. La
suya estaba hacia mi padre mientras me protegía.
—¡Suéltala, Victorio!
¡Necesita aprender a ser más cuidadosa!
—gritó mi padre, agarrando a Vico de su ropa y lanzándolo al piso. Me abofeteó,
enviándome al piso, luego se volvió hacia Vico y
lo pateó en la pierna, haciéndolo gemir—. ¡No te metas en
mi camino de nuevo,
pequeño pedazo de mierda!
—le gritó a Vico, mientras estaba acurrucado en una
bola en el piso.
Lágrimas silenciosas corrían por mi
cara. No podía soportar ver herido a mi hermano; él sólo estaba intentando
protegerme. Vico siempre hacía eso.
Cuando me metía en problemas, él provocaba a mi padre
de modo que la tomara contra él en su lugar.
Mi padre levantó
su plato y
su bebida, caminó
a zancadas hacía la sala para terminar su comida, murmurando
algo sobre nosotros siendo “los peores niños en el mundo” y “como infiernos se
pudo quedar atrapado en esta vida”.
Me arrastré hasta mi
hermano y envolví mis
brazos alrededor suyo con
fuerza, aferrándome a él como si mi vida
dependiera de ello. Él gimió y se levanto para sentarse, abrazándome de vuelta, frotando
su mano por mi mejilla punzante.
Él negó con la cabeza.
—Está bien, La. No es
culpa tuya —dijo con
voz ronca, me dio una pequeña sonrisa y tratando de ponerse en pie, gimiendo. Me
puse de pie con un salto y le ayudé a levantarse. Podía oír movimiento así que levanté la mirada para ver que mi madre estaba limpiando la mesa frenéticamente.
—Lleven sus cenas a sus cuartos y coman, ¿bien?
—ordenó, besándonos a los dos en la mejilla. Ella tenía que ir a donde mi padre y
hacer control de daños, él estaría de mal humor por mi
error y ella tenía que calmarlo
antes de que pasase
algo más—. Los veré a la mañana. Los quiero a los dos. Por
favor estén callados, y pase lo que
pase, quédense en
sus habitaciones —ordenó,
rápidamente besándonos otra vez y entregándonos
nuestras cenas a medio comer, antes
de empujarnos hacia el vestíbulo trasero.
Teníamos una buena casa, cuatro
dormitorios y todo estaba en un nivel. Mi padre ganaba un buen dinero por lo que
vivíamos en una bonita zona, pero preferiría que la casa fuera más pequeña así no tuviera que trabajar
en ese empleo. Puede que entonces fuera como
el viejo Papá, llevándonos al parque
y comprándome juguetes y dulces. Vico vino a mí
habitación y comimos en silencio, sentándonos en el suelo cerca de mi cama. Tomó mi mano con fuerza cuando oímos a mi
padre
gritar a mi madre desde el salón, algo
se rompió, y
me estremecí. Esto
era totalmente culpa mía.
Empecé a sollozar así que Vico envolvió su brazo alrededor de
mi hombro, apretando suavemente. Él siempre
parecía mucho mayor que yo; era mucho más maduro que yo.
—Está bien. Todo
está bien, La.
No te preocupes —susurró,
acariciándome el pelo. Una vez que me calmé, y los
gritos habían cesado, jugamos a las cartas por un rato.
Cuando estábamos en la mitad del
juego, escuchamos pisadas fuertes viniendo por el vestíbulo. Vico se puso rígido cuando los pasos pasaron
por mi puerta.
No se detuvieron sin embargo,
gracias a Dios. Dejé escapar
el aliento que
no me di cuenta que estaba aguantando y
miré a Vic, quien esbozó una pequeña sonrisa.
—Mejor me
voy a mi habitación,
son pasadas las siete
—dijo mirando a mi despertador—. Cierra con llave la puerta. Te
veré en la mañana —dijo con un guiño. Salió
de la habitación y lo observé
arrastrarse por el pasillo hasta su habitación, se
volvió hacia mí—. Cierra con
llave tu puerta, La —susurró, esperando ahí, observándome.
Cerré la puerta con
llave rápidamente como me dijo.
Poniendo mi oreja en
la madera, escuché para asegurarme de
que Vico hiciera lo mismo con la suya. Volví corriendo a mi cama y me tiré
sobre ella, llorando silenciosamente. No podía parar, estaba sollozando y sollozando.
¡Había sido estúpida esta noche e hice que hiriera a mi hermano otra vez! Y probablemente a mi madre
también, por el sonido de los ruidos en el salón.
De repente, se produjo un rasguño,
un ruido golpeando en mi ventana. Abrí mis ojos de golpe para
ver a Peter fuera, mirándome
con tristeza. Me levanté y
corrí hacia mi ventana la abrí y la
deslicé hacia arriba silenciosamente preguntándome qué demonios estaba haciendo aquí.
¿No debería estar en su casa?
—¿Peter, qué estás haciendo
aquí? ¡Tienes que irte, ahora!
—le grité susurrando, sacudiendo mi cabeza con fuerza. Pero el chico
estúpido solo trepó a mi habitación por la ventana, cerrándolo
silenciosamente detrás de él.
Contuve la respiración, mirando a
mi puerta con los ojos muy abiertos. Si mi padre lo atrapaba aquí se iba a volver
loco, no le gustaba que Pedro viniera y jugara en nuestra casa, siempre decía que
era muy ruidoso.
—¡Pedro, sal! —susurré,
desesperadamente intentando empujarlo devuelta hacia la ventana. Me estremecí,
preguntándome que haría mi padre si hubiera escuchado abrirse la ventana y supiera que
Peter estaba aquí. Él no se movió; simplemente envolvió sus brazos alrededor mio
con fuerza y me atrajo contra su pecho. Traté de empujarlo, pero él solo me sostuvo
con más fuerza.
—Está bien —susurró, acariciando mi pelo. Empecé a
llorar otra vez en su pecho; pensamientos de Victorio siendo herido
antes inundaron mi cabeza.
Peter era alto
para su edad; tenía diez años, igual que Vico. Ellos eran
mejores amigos, y lo habían sido desde que nos mudamos hace
cuatro años. Tenía el pelo castaño chocolate, el cual
normalmente ponía en punta con demasiado gel, y ojos azules claros que eran como
ventanas a su alma. Cuando Pitt te miraba te hacia sentir como si pudieras volar. Era muy lindo; todas
mis amigas estaban coladas por el por alguna razón. Peter y yo,
sin embargo, no nos llevábamos del todo bien. Él se burlaba de mí todo el tiempo, me
pone la zancadilla, me tira del pelo, y tiene esta molesta costumbre de llamarme Ángel
por alguna razón, me llamó
así desde el momento en que me conoció y
realmente me pone furiosa.
¿Qué demonios estaba haciendo aquí
ahora? ¿Y por qué estaba abrazándome? Tal vez pensó
que esta era la habitación
de Vico, tal vez se
acercó a la ventana equivocada —pero no podía estar en
lo cierto porque la habitación de Vico estaba en la otra parte del vestíbulo, su
ventana daba al patio trasero.
Me eché hacia atrás para
mirarlo. Por alguna razón él se
veía tan triste; tenía lágrimas en sus ojos mientras se
limitaba a seguir abrazándome. Él sabía sobre mi padre, Vico había sido
cubierto por moratones una vez
y le soltó la verdad a él. Mi hermano y yo le rogamos que no dijera
nada, sin embargo, nunca lo ha hecho.
—¿Qué estás
haciendo aquí, Peter?
—susurré, limpiándome la cara,
pero las lágrimas siguieron cayendo.
Me tiró sobre la cama,
meciéndome suavemente, igual
que Vico siempre hacia cuando lloraba. Miré su pecho y me
di cuenta que estaba usando shorts y camiseta de los Power Rangers. Fruncí el ceño, un poco
confundida en cuanto a por qué tendría puesto eso, hacía mucho
frío fuera. Entonces me di cuenta de que estaba usando su
pijama. Miré al reloj para ver que
eran casi las ocho
y media. Había estado llorando durante más de una
hora.
—Te vi a través de la ventana.
Solo quería venir y asegurarme de que estabas bien —susurró a su vez, todavía
abrazándome con fuerza.
Volvía mirar a la ventana. La
habitación de Peter estaba directamente en frente de la mía y podía ver en su
habitación, lo que significaba que él podía ver en la mía.
Me mordí el labio, oh Dios me
había visto llorando, tengo que verme tan débil para él. Las únicas personas ante las
que alguna vez había llorado eran mi madre y Vico.
—Estoy bien. Tienes que irte —susurré empujándole otra
vez, tratando de sacarlo de la cama.
Se limitó a negar con su
cabeza.
—No me voy hasta que dejes de llorar —declaró,
tirándome hacia abajo de manera que ahora
estábamos tumbados en mi cama, uno
enfrente del otro. Tenía sus brazos envueltos alrededor mío tan
fuerte que ni siquiera podía retorcerme. Me sentí segura y
caliente. Me deslicé aún más
cerca de él, presionando todo
mi cuerpo con el suyo y sollocé en su
pecho.
Ayer me quede sin luz. Una cosa de lo mas linda! (ironicamente hablando)
Bueno aqui el primer capi!!
Besos
Lunis ♥
que tierno peter.. masssssssssss
ResponderEliminarK lindos .
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