jueves, 5 de junio de 2014

"Entre lineas" capitulo 47


Peter
Estaba seguro de que nunca amaría a nadie tanto como amé a Zoe. Hay algo sobre el primer amor, que desafía la duplicidad. Antes de él, tu corazón está en blanco. No escrito. Después, las paredes quedan inscritas y dibujadas. Cuando se termina, ningún lavado purgará los juramentos garabateados, ni las imágenes trazadas, pero, tarde o temprano, te encuentras con que no hay espacio para alguien más, entre las palabras, ni en los márgenes.
Acepté, hace algún tiempo atrás, que esto sería así para mí, que alguien era mi hija, Cara. La conclusión parecía razonable en ese momento. Ella era la única cosa tangible que sobrevivió a aquella tumultuosa relación, y la única pieza de Zoe que se me permitió mantener al final.
Llamé a Zoe el día después de que me dijo que terminamos, para preguntarle por qué, y qué había hecho yo, y si pudiera hacer algo, cualquier cosa, para tenerla de regreso. Pensé que estábamos enamorados, que lo que fuera que le hizo acabar con esto, podría arreglarlo. Ninguno de nosotros sabía aún que estaba embarazada.
— ¿Por qué estás tratando de hacerme sentir mal? —preguntó—. Esto es difícil para mí también.
Tomé una respiración controlada. —No parece de esa manera. —Ese mismo día había pasado junto a ella en el pasillo mientras se apoyaba en su casillero, coqueteando con un par de nuestros compañeros de clases, chicos que en el verano se habían convertido en hombres. Aunque lo mismo no se podía decir de mí. A pesar de que Zoe y yo éramos seniors, ella era mayor, por más de un año. Mi cumpleaños en verano y saltar de grado en la escuela primaria significaba que sólo tenía dieciséis, durante cuatro meses. No cumpliría diecisiete hasta un par de semanas después de la graduación.
Ella dio un suspiro exagerado. —Por Dios, Pedro, estoy en cuarto año de teatro, ya sabes. Puedo actuar como que estoy bien, aunque no lo esté.
De ninguna manera estaba actuando cuando Ross Stewart, héroe del equipo universitario de lucha libre, hizo un comentario burlón y ella se rio de él, batiendo sus pestañas, su pequeña mano en su gran antebrazo. Hacía menos de veinticuatro horas desde nuestra ruptura. Estaba ronco de tanto llorar, la mitad de la noche, y ella, sonriendo y coqueteando, sus ojos tan azul brillante como siempre.
— ¿Qué puedo hacer, Zoe? ¿Hice algo mal? Si solo hablaras conmigo, dime lo que necesitas que haga…
—Pedro, no hay nada que puedas hacer. Yo solo no estoy, ya sabes, atraída hacia ti. Esta decisión es acerca de mí y mis sentimientos. No de ti.
Ya no me siento atraída hacia ti, seguro sonaba como si fuera sobre mí. Me sentí como si me hubiera pateado a través del teléfono. Zoe había sido mi primera en todo, aunque yo no lo había sido para ella, un hecho que nunca me había molestado. Había sido un alumno bastante dispuesto, y a pesar de nuestros argumentos y una multitud de malentendidos, yo pensaba que juntos estábamos bien. Justo hasta que me rompió el corazón.
—¿Hay alguien más? —No sé lo que esperaba cuando le pregunté. Tal vez que ella lo negara de inmediato. Se quedó en silencio durante demasiado tiempo. En el otro extremo, podía sentir su deliberación—. Mierda, Zoe. — susurré, mi voz entrecortada por pasar toda la noche llorando.
—Lo siento, Peter. Pero no quiero hablar de esto contigo. No puedo evitar lo que siento... o no siento. Nunca quise hacerte daño, pero tú y yo hemos terminado. Vas a tener que aceptarlo.
No hablé con ella por un par de semanas después de eso, aunque la veía merodeando en la escuela. Mientras que nuestra ruptura fue dolorosa para mí, para ella, fue una liberación, aunque incómoda. Yo sólo conocía la parte incómoda, porque sus amigos, Mia y Taylor me acusaron de que la razón por la que cambió sus rutas entre cada clase y que empezó a salir de la escuela para el almuerzo, todos los días, era porque verme melancólico era una decepción.
—No estoy desanimado. Quiero decir, seguro, estoy un poco deprimido, no me esperaba esto. No puedo simplemente resignarme a ello, cada noche.
Mia rodó los ojos. —Han sido como dos semanas.
Taylor encogió un hombro huesudo, su boca rompiendo en esa sonrisa de no-es-gran-cosa, que le gustaba hacer—. Realmente necesitas dejarlo atrás, Peter. Zoe lo hizo.
Las miré fijamente, desconcertado. —Ella hizo la ruptura. Probablemente ya estaba dejándolo atrás cuando lo hizo. No he tenido tiempo para aclimatarme a ser tan prescindible. No puedo hacer como si el año pasado no significara nada.
A pesar de que eso era exactamente lo que Zoe había hecho.
—Peter y su vocabulario Soy un genio. —murmuró Mia, lo suficientemente fuerte para que yo escuchara mientras se alejaba
—Ciertamente. —coincidió Taylor.
***
Cuando Lali me besó ayer por la noche, justo antes de que saliera de su habitación de hotel, noté cómo resurgía la añoranza que sentía por ella, de todo el tiempo que estuvimos en Austin. Pensé que lo había logrado, aunque no era posible, por muchas razones.
Por un lado, ella es joven, dieciocho años, diecisiete cuando la conocí. Dueña de una madurez que contrasta con su edad, sin embargo, y una vez que la conocí mejor, sabía por qué era eso. Con una difunta madre y un padre emocionalmente ausente, se había criado sola, durante años. Pero yo no podía olvidar que detrás de esa máscara de madurez era una niña que había caído con Pablo Martinez, el rey de los idiotas de Hollywood. Creé el cuadro de amigos, en mi cabeza y me mantuve allí, por la fuerza. No podía enamorarme de una chica que cayera con Pablo, razón número dos.
Razón número tres, vive en la costa opuesta, aunque mi mente subconsciente (bueno, está bien, mi mente completamente consciente) hizo todo lo imaginable para cambiar ese hecho. Una vez que empezamos a hablar sobre la universidad y su deseo de actuar en el escenario en lugar de frente a una cámara, tuvo sentido sugerir universidades y conservatorios en Nueva York. Eso es lo que me dije, mientras que la idea de ella, estando tan cerca, todo el tiempo, pulsaba febrilmente en mi cabeza.
Por último, la razón número cuatro, no comparto a Cara con nadie, sino con la familia y un par de amigos muy cercanos. Su existencia es desconocida para el mundo en general, a pesar de que no será así por mucho tiempo. Cuando Lali se encontró con nosotros en la cafetería ayer e interactuaron con Cara, parte de mi pared comenzó a caer.
Nuestro beso de la última noche, detonó lo que quedaba de ella.
—Vamos a salir de aquí. —Le digo ahora, mirando el reloj antes de lanzar billetes sobre la mesa y tomo su mano—. ¿A qué hora es tu vuelo?
Sus ojos no esquivaron los míos, mientras la tiraba desde el compartimiento. —Mediodía. —Sosteniendo su mano tan fuerte como ella está sosteniendo la mía, la llevo a través de la cafetería, a la salida y un tumulto de pensamientos nadan en mi cerebro. Pronto, ella y su padre tendrán que salir hacia al aeropuerto, donde van a abordar un avión con destino a Sacramento. De repente, finales de agosto es insoportablemente lejos.
La primera vez que vi a Lali fue casi ocho meses atrás. Dejaba mi habitación de hotel para hablar con Paula, para calmarla por haber visto a Pablo por primera vez en muchos años, entonces noté a Lali, deslizando una tarjeta en la puerta de su habitación de hotel. Pequeña y delgada, rodeada de maletas, levantó la vista mientras mi mirada la escaneaba, parpadeando con sus hermosos ojos verdes. Sonreí al instante, curioso sobre quién era. Me encontraba en una misión de apoyo-a-Paula, sin embargo, sin tiempo para detenerme y charlar con extrañas hermosas.
—Ey. —dije, sintiéndome como un idiota. ¿Qué tipo de persona sale de su habitación de hotel en pijama y dice ey a una chica al azar, en el pasillo, justo antes de entrar en la habitación de otra chica?
Dos noches más tarde, finalmente nos encontramos, después de la primera salida con el reparto. La reconocí en el club, hablando con Emilia y bailando con algunos de nuestros compañeros de reparto, pero Paula me mantuvo cerca hasta que quedó claro que Pablo pretendía ignorarla por completo. En un descanso para fumar, vi a Lali  esperando un taxi de regreso al hotel, y, en un capricho, le pedí compartir su cabina. Paula se molestó porque la dejé allí, pero no pude sentirlo.
Me acosté en mi cama esa noche, saboreando el sonido de su nombre en mi lengua. —Lali.
Empezamos a correr por las mañanas y nos quedamos a solas un par de veces, hablando, aunque me molestaba su relación con Pablo. Fui paciente y cauteloso, hasta la mañana en que me senté a su lado, en una mesa de picnic, con la cubierta mojada, esperando que la lluvia se aligerara para que pudiéramos terminar nuestra carrera. Mientras, nos sentamos, tuvimos una pequeña conversación, mientras otra se llevaba a cabo, bajo la superficie.
Su cola de caballo caía por su espalda, su delgada camiseta aferrada como una segunda piel, y olía increíble. Un mechón de pelo serpenteaba a través de su mejilla y se aferró a la comisura de sus labios, creo que casi dejé de respirar, mirándola fijamente. Llegué a moverla detrás de su oreja, pensando no, no, no la beses. Seguido por bésala, bésala, idiota.
Me felicito por haber hecho caso omiso de la primera y la segunda.
Hasta que salí de la habitación de Paula, esa noche (otro ataque de pánico relacionado con Pablo), para ver a Lali dejar mi puerta y correr a su habitación, como si no quisiese que yo la viera. Tenía dos opciones: ir a mi habitación y golpear mi cabeza en la pared, o llamar a su puerta y tratar de mitigar los daños de que me haya visto salir de habitación de Paula tarde por la noche.
Yo sabía que el mejor escenario para mantener a Lali a un brazo de distancia era que la dejara suponer que Paula y yo estábamos involucrados. Ya estaba a mitad de camino, todo lo que tenía que hacer era nada. A continuación, la imagen de su cara vuelta hacia arriba por la mañana cruzó por mi mente y mi memoria evocó el olor de la lluvia sobre su piel y su pelo. Evalué la fácil relación que habíamos establecido, y la comodidad  que sentía cuando ella estaba cerca. En un arranque de impulsividad sin precedentes, me encontraba en su puerta invitándome a mí mismo, y antes de salir de su habitación, la abracé y la besé y caí con tanta fuerza que estuve feliz de ser roto en pedazos.
24 horas más tarde: el beso-visto-alrededor-de-todo-el-mundo entre Lali  y Pablo. El beso que se produjo la noche después de que mi hija fue trasladada de urgencia al hospital, sin poder respirar. La noche en que había aceptado con estoicismo una conferencia de Mamá sobre mi hábito de fumar y el asma de Cara, incrédulo en el momento del gran plan de Lali que me ayudaría a dejar el cigarrillo. Esa noche, agitado con la preocupación por mi hija, estaba a la expectativa de volver a ver a la primera chica de la que me había enamorado, después de Zoe.
Y luego Paula me envió un mensaje con la foto del concierto, la misma foto que terminó en varios sitios de chismes al día siguiente, a pesar de que juró que sólo se la envió a un par de amigos de confianza. Yo no la castigué, no realmente, aunque me decepcionó que fuese tan descuidada. Su defensa fue que Pablo y Lali se habían besado en público, y cualquiera podría haber tomado una foto de ellos.
—Cualquiera no, sin embargo, tú lo hiciste. —dije.
Se encogió de hombros. —El punto no es la imagen. El punto es el beso.
Ella tenía razón. Para mí, el punto era el beso.

***
Ahora, tenemos menos de tres horas juntos, y estamos en la calle y me estoy acordando tardíamente de cuán malditamente frío está, junto con el hecho de que estaba entre brumas esta mañana, tanto, que olvidé tomar una chaqueta cuando salí de la casa. Miro hacia ella, encorvada y temblorosa en su suéter delgado. Situado frente a ella, apunto a mi lado, a una entrada del metro.
—Hace más calor bajo tierra, creo. —Nos dirigimos hacia las escaleras que descienden y pululo en la R. La vista desde el puente de Brooklyn puede hacer que se enamore de Nueva York, si no lo ha hecho ya.
Una vez que nos sentamos en el vagón casi vacío, Lali apoya la cabeza en mi hombro, nuestros brazos entrelazados y las manos apretadas en mi rodilla. No creo que incluso un amarre, le permitiría estar así. —Vamos a jugar a Verdad o Rego. —digo—. Pero sin el reto.
Sus cejas se elevan. —Pensaba que no eras del tipo de juegos.
Le sonrío. —He dicho eso, ¿no? —Ella asiente con la cabeza—. Muy bien, entonces. No vamos a llamarlo un juego. Vamos a llamarlo conseguir que las preguntas difíciles se quiten del camino porque sé que ambos las tenemos. Puedes ir primero. Pregúntame lo que quieras.
Ella se muerde el labio, mirándome a los ojos. —Está bien... ¿Por qué me besaste en Austin?
Me río en voz baja y le frunzo el ceño. —Lo siento. Esa es muy fácil. —Mi mirada vuela a su boca y regresa—. Quise darte un beso desde que Victorio sugirió jugar a la botella, y esa noche en tu habitación, me quedé sin fuerza de voluntad para luchar contra ello.
—¿Por qué estabas… Pongo mis dedos sobre sus labios y muevo la cabeza. —No-oh. Me toca a mí. —Cuando deslizo mis dedos a través de su boca, los labios se abren. Quiero volver a besarla, pero si comienzo, sospecho que no voy a parar, y necesitamos esta charla. Prefiero pasar el mes que viene soñando con besarla que preocuparme por cuestiones no planteadas o contestadas.
—¿Por qué besaste a Pablo el día después de que me besaste? —He tirado sin tapujos. Este es el punto más doloroso que tengo, y que quiero detrás de nosotros.
Ella toma una respiración profunda, mirando nuestras manos entrelazadas. Pasa todo un minuto antantes de hablar. —Cuando fui a Austin, pensé que era lo que quería. —Evalúa mi reacción, y le insto a que continúe, con una ligera inclinación de cabeza—. Estaba equivocada. Solo... no lo sé todavía. —Sus ojos se llenan de humedad y su voz se quiebra—. Sé que no es lo suficientemente bueno.
Paso los dedos por debajo de su barbilla, levanto su cara de modo que puedo mirarla a los ojos. —Es la verdad, por lo que es lo suficientemente bueno. ¿Lo… amaste?
Sollozando, ella niega con la cabeza, poniendo un dedo sobre mis labios.
—No. —dice—. Ahora es mi turno. —Cuando frunzo el ceño, se ríe, y una lágrima se escapa de la comisura de su ojo. Aplastándola con el dorso de su mano—. Pero no, no lo hice.
Aparto el deseo de querer golpear mí pecho como un Neandertal, la tiro más cerca y aspiro su aroma, tan familiar, incluso todos estos meses después. Mi voz baja. —¿Puedo besarte ahora?
Su expresión se vuelve tímida. —Peter, es decir, tres preguntas en una fila. Estoy empezando a pensar que no entiendes el concepto de tomar turnos.
Al diablo con las preguntas. Podemos hablar por teléfono. No puedo darle un beso a larga distancia.
—Oh, te daré tu turno en su momento, Lali. —Cerrando el pequeño espacio entre nosotros, deslizo mi mano detrás de su cuello y pongo mis labios en los suyos. Ella presiona con sus cálidos labios, el aliento dulce, las yemas de los dedos suaves a la deriva por el lado de mi cara mientras nos besamos.
Hasta este punto, hemos estado ignorando el pequeño número de pasajeros que entran y salen a medida que avanzamos en el carril, deteniéndonos cada pocos minutos. Y entonces el tren grita una parada, y tres docenas de conversaciones en alto volumen, camisetas desgastadas de la escuela intermedia y gente cansada, entran en nuestro coche. Un pequeño grupo de niñas miran a Lali y a mí, sin pudor, como si estuviéramos en una pantalla y no como personas reales. Susurrando detrás de sus manos, sus ojos bien abiertos, su atención cambia entre nosotros y el grupo de chicos que saltan en el asiento contiguo y logran una amplia variedad de ruidos de pedos, con partes del cuerpo extrañamente impresionantes.
Mucho para ese beso. 

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