domingo, 13 de julio de 2014

"Entre lineas" capitulo 66


Peter
¿Qué le dije a Lali antes? ¿Que yo no soy posesivo? Borra eso.
Durante las pasadas tres semanas, hemos pasado una hora o más en Skype cada noche que no estábamos juntos. Ella ha contado historias sobre su madrasta, sus actuaciones de niña y Candela, y yo he tocado mi guitarra, cantando frases de canciones que podría o no haber escrito, las cuales podrían o no ser sobre ella.
Esta noche nos desconectábamos a los quince minutos, su ingenuidad sobre Pablo Martinez me estaba tocando los huevos y estaba a punto de soltar una serie de afirmaciones que no deben ser dichas.
He visto a mis padres cuando discuten. Sus desacuerdos rara vez se calientan lo suficiente como para incluir gritos, pero cada vez que la mandíbula de mi padre está tan apretada que puede triturar diamantes entre sus dientes, va a darse una vuelta a la manzana. No importa qué tiempo haga, incluso le he visto salir en medio de una tempestad y volver calado hasta los huesos, con un paraguas puesto del revés. El punto es nunca decir palabras que no puedas retirar.
—¿No se suponía que se comunicaban uno con otro? —Preguntó Cassie a mamá una vez, hace años, después de que papá caminase rígidamente hacia afuera por la entrada. —¿No es eso en lo que consiste tu carrera? Decirle a la gente qué hacer.
Brynn y yo escuchamos a escondidas al otro lado de la esquina, nos miramos el uno al otro, reconociendo el certero golpe de Cassie. Cassie a menudo era la defensora de papá, aunque mamá normalmente le decía que se mantuviera aparte. Esta vez se limitó a suspirar.
—Sí, pero hay excepciones. Cuando te encuentras a punto de decir algo que cruza la línea, que puede causar un daño irreparable, a veces lo mejor que puedes hacer es no decirlo.
—Papa nunca diría algo así. —Resopló Cassie.
Mama se río una vez, una risa sin humor.
—Exactamente.
Tengo que hacer el trabajo para mañana, el cuerpo del trabajo ya está hecho, solo faltan las citaciones.
Sin darme cuenta, he creado mi propia versión de dar una vuelta a la manzana, porque hay un montón de palabras hilvanadas en mi cabeza, ninguna de las cuales es tolerante u objetiva.
No culpo a Pablo por su multitud de conexiones casuales. Yo he tenido un montón y no soy un gran hipócrita. De lo que le culpo son las dos veces que sé que ha hecho que se enamoren hasta el culo de él —como diría Paula— cuando no tenía ninguna intención de quedarse con ellas. Podría pasar por alto lo que le hizo a Brooke, por inmadurez, si no hubiera hecho lo mismo recientemente con Lali. Tan pronto como no consigue lo que quiere, está follándose a todas las chicas a las que puede.
Lali parece pensar que porque él esté actuando de forma agradable por el momento, está fuera de sospecha. Mientras que él no admite un no por respuesta en todo en lo que ella está involucrada. Pero yo le vi esa noche que todo el mundo salió, la mirada calculadora en sus ojos. Si esto hubiera pasado hace doscientos años, me habría planteado llevarle afuera y golpearle, como la mierda que era, por mirarla así, y ese juramento del meñique que hizo con ella lo había garantizado
***
Con mi trabajo presentado, estoy extraoficialmente terminando la universidad. Hace tiempo, consideré continuar con los estudios de postgrado y convertirme en un profesor, como mis padres, pero eso fue hace un año más o menos, antes de empezar a conseguir un trabajo más estable como actor.
¿Estar de pie frente a los susurros de la clase hablando sobre el simbolismo analítico y la teoría de la retórica mientras lucho por la propiedad y la producción de una investigación? Curiosamente, algo de eso es atractivo. Pero me divierto más actuando, y no necesito alcanzar el estatus de Pablo Martinez para sentirme exitoso haciéndolo.
Son casi las 11:00 p.m. en San Diego, pero Lali tiene que levantarse temprano para llegar al estudio. Tan seguro como estoy de ella, tan seguro como quiero estar, no quiero pensar sobre el hecho de que la he dejado dolida y enfada esta noche, con nadie más que hablar que con Pablo Martinez. No es mi movimiento más brillante. Maldita sea. No le pregunté sobre su entrevista en San Bernardino. No descubrí si su viaje en coche a San diego en el brillante Matchbox amarillo de Pablo pasó sin incidentes, como él hacía predicho. No le conté el final de la historia en la que yo soy el profesor asistente en su clase de literatura y ella es la estudiante que olvidó dar su examen a tiempo…
Yo ni siquiera había parpadeado ante la foto y la historia de Pablo besándola en el aeropuerto. Me contó que fue en la mejilla (la foto está hecha desde un ángulo que es imposible de saber), y fue tan rápido que ella ni siquiera lo sintió. Sé cómo los paparazzi juegan sus juegos.
Y confío en ella.
Así que ella debería confiar en mí cuando le digo que no hay nada más entre yo y Paula que una amistad fuerte y comprometida.
Me detengo ante las fotos otra vez, y leo la breve reseña. ¿Hay otro romance encubierto floreciendo dentro del casting del Instituto Prejuicio? Paula Recca (de la famosa “Life’s a Beach”) fue vista coqueteando con la co-estrella Juan Pedro Lanzani la noche del miércoles en la entrada de su casa de piedra rojiza de Manhattan. Pasaron una larga velada poniéndose al día, suponemos, ya que la Sra. Recca salió sola de casa, nada peor para el desgaste después de una visita de poco más de tres horas de duración. Recca y Lanzani encarnan a Caroline Bingley y a Bill Collins, respectivamente, en uno de los hits más esperados del verano por los adolescentes.
Yo: Lamento haber desconfiado tan temprano. ¿Skype mañana a las 9?
Lali: Vale.
Yo: Te extraño.
Lali: Yo también te extraño.

Paula
Pablo: Has dado en el blanco. Ella estaba casi llorando.
Yo: ¡Gooooool!
Pablo: Tienes una completa falta de empatía, ¿No?
Yo: Cuando es necesario, sí. ¿Así que la consolaste?
Pablo: Se lo ofrecí. Se quedó en su habitación.
Yo: ¿Perdiendo tu toque?
Pablo: Mi toque está tan bien como siempre, gracias.

Poli
—Déjà vu, ¿Eh? —Le doy a Lali el tirador de su equipaje de mano, lo sujeta, y pone la bolsa de su portátil con firmeza entre nosotros. Su sonrisa tensa me dice que espera que respete la no muy sutil barrera que ha levantado.
A menos que esté dispuesto a romper una pared de equipaje, no habrá una repetición del beso en su mejilla que Internet mostró a todo el mundo hace una semana, dando la impresión de ser más que lo que era. Mucho más.
—¿Supongo que te veré en un par de días? —dice ella, tendiéndome su mano.
He besado a esta chica. Lo he hecho con esta chica. Aún recuerdo su aliento. —Sí. —De aquella tarde que le dije que la quería en mi cama, antes de que todo se viniera abajo.
De alguna manera, sin embargo, ninguno de esos recuerdos se sienten conectados a ella, a esta chica frente a mí, extendiéndome una mano para que la sacuda como si fuésemos respetables socios de negocios y nunca hubiese tenido mi lengua en su boca o mis manos bajo su camiseta.
He llegado a ser demasiado bueno para evitar darme por vencido. Tomo su mano, pero en lugar de simplemente sacudirla, me inclino hacia delante y la acerco a mis labios, besándola justo detrás de los nudillos del medio.
—Supongo que vas a reunirte conmigo en San Francisco después de todo, ¿Eh?
Inclina la cabeza y sonríe, alejando su mano de la mía y recolocándose la correa de la funda del portátil.
—Supongo. Pero tengo la sensación de que la reunión del lunes y el martes por la mañana a las 5:00 a.m. para más shows de entrevistas matinales no es lo que tenías en mente.
Correcto. —Vamos, Lali. Tenemos que ir a algún lugar genial la noche del lunes. —Vuelvo a caminar hacia el lado del conductor, porque estamos llamando la atención de algunos pasajeros que salen, que han empezado a darse cuenta de quienes somos. Está volando a casa, a Sacramento, mientras yo conduzco de vuelta a Los Ángeles, solo.
—San Francisco es un paraíso culinario. Y te tendré de vuelta en tu habitación a tiempo para tu cita en Skype. —Le guiñó un ojo y ella pone en blanco los suyos.
—Va-le. —dice, como si estuviese exasperada y yo la hubiera desgastado.
Me siento como si ella solo hubiese movido una ficha del juego que la pone mucho más cerca de hacer jaque mate, y no puedo dejar de pensar en el hijo de puta que me he convertido.
Todo vale en el amor y la guerra. Un sentimiento puro, sí, eso era antes.
***
—Nico. Por favor, dime que tienes algo estimulante para el golpe de esta noche.
La I-5 es dos horas de servicio telefónico irregular con ocasionales vistas al mar, hasta que se aleja del Pacífico y pierde todo el atractivo estético, convirtiéndose a menudo en gruñidos del tráfico de zonas altamente pobladas.
Ya estoy aburrido y sigo teniendo mínimo otra hora de viaje, probablemente dos, debido al tráfico en cualquier parte cerca de Los Ángeles a esta hora del día.
—Eso depende de lo que quieras decir con estimulante, hombre. En una escala del uno al porno, ¿Dónde quieres estar? Hay un coche lleno de chicas a mi lado, todas ellas intentando verme a través del cristal tintado casi opaco de la ventana. Justo antes de que cambie el semáforo, bajo la ventanilla y les doy un vistazo, observando cómo sus bocas se convierten en “O” mientras la luz se pone verde y me voy.
—Del uno al porno. Umm, diría que un sólido ocho o un nueve funcionarían.
Nicolás bosteza en mi oído. —El ocho está fuera de cuestión. La chica que estaba en mi equipo en el proyecto de economía está teniendo una cena de fiesta está noche…
—¿Una cena de fiesta? Qué diablos es eso, hombre. No tenemos treinta y cinco.
—Sí, eso es lo que pensaba, hasta que me arrastró a una la semana pasada, que organizó una hermana de su fraternidad. Básicamente todos se sientan alrededor siendo pseudo-intelectuales y son apedreados. Todo lo que tenía que hacer para parecer el chico más inteligente fue cerrar la puta boca.
—Así que estabas prácticamente en tu estado natural cuando te apedrearon.
—Sí.
Menos de dos semanas hasta el estreno, momento en el que pasarán dos cosas. Lo más probable: Paula tendrá éxito con la Operación Pedro, y Lali, en su indefenso estado emocional, caerá en mis brazos con un buen empujón. Menos probable: Paula fracasará, Pedro y Lali caminarán hacia el ocaso cogidos de la mano haciendo que todo el mundo vomite en un radio de diez kilómetros, y seré libre de volver a la vida abiertamente hedonista que otros chicos de diecinueve años matarían por tener. Es ganar o ganar, si solo puedo llegar a ello.
***
Cuando llegamos, la chica de Nico abre la puerta, apretándose contra él.
—Llegas tarde. Pensé que no ibas a venir. —Le reprende. Es una de esas chicas de voz chillona, lo que se ajusta a su pequeño tamaño. De pie detrás de él, yo en realidad no puedo verla. Lo único que sé es que está detrás suyo porque puedo oírla.
Él me alza el pulgar sobre su hombro.
—Tenía que recoger a Pablo. Dijiste que necesitabas a otro hombre para el balance chico-chica, así que le traje.
Sus ojos miran sobre su hombro y de inmediato se agrandan.
—¿Trajiste a Pablo Martinez? —Chilla—. ¿A eso te referías cuando dijiste que estabas trayendo a Pablo?
Nicolás no suele ser de los que guardan nuestra amistad en secreto, nuestra relación es una parte importante de su currículum social. Por otra parte, a veces saborea la reacción de otras personas cuando me presenta en persona como un amigo. No me importa. Ahora, en cierto modo, me gusta.
—¿No te dije eso todavía? —Su tono de voz es totalmente indiferente, y me cuesta no reírme. Se vuelve hacia mí, con la misma expresión de abstinencia de risa que estoy usando—. Estoy casi seguro de que lo hice.
—Uh, no. Me habría acordado de eso. Oh, Dios mío.
Avanzo hasta estar al lado de Nico, sujetando la botella de vino que cogí de la colección de mi padre antes de irnos.
Esperemos que sea algo viejo y caro, pero no lo suficientemente viejo como para saber a mierda. Nico hace las presentaciones, actuando como si no fuese algo importante:
—Poli, Bianca. Bianca, Poli.
Ella coge la botella con un ahogado: —Encantada de conocerte.
Nico se ríe cuando ella le lanza una pequeña mirada, mezclada con una nueva apreciación, antes de girar y entrar en la habitación abierta y anunciar:
—Hey chicos, este es Nico, y, uh, Pablo…
Cinco personas —tres chicas y dos chicos— se sentaron alrededor de una mesa que parece proceder de una tienda de segunda mano en mal estado, pero una inspección más cercana solo me hizo mirarla de esa manera. Las sillas y los platos estaban mezclados también, como si esto se coordinase en sí mismo con las paredes de cemento y las tuberías expuestas.
La pretensión de grunge me sentó como una mierda por alguna razón, pero no estoy aquí para emitir juicios sobre la decoración.
Cuatro personas me miran con la boca abierta. El otro chico me mira, luego a Nico, luego a los otros, y de nuevo alrededor en un círculo completo, la confusión en su rostro. Le dice algo a la chica que tiene al lado, quien le responde otra cosa.
—Ohhh. —dice, y luego su expresión se pone al día con la de los demás: la boca abierta ante el temor de una celebridad, en la pulpa, en su pequeña e íntima cena de fiesta. Miro a Nico. Se traga esta mierda.
Bianca y una de las otras chicas comparten el apartamento. Todos van a la USC, donde Nico está, sorprendentemente, todavía en camino de terminar la carrera de administración de empresas que su padre espera. Nos detenemos en la apenas comestible pasta que las chicas hicieron y Nico está abriendo nuestra cuarta o quinta botella de vino, y la conversación se ha desviado a los clásicos tópicos —filosofía y música— ninguno de los cuales tendrá nunca una respuesta definitiva. Se produce una animada conversación, y Nico y yo seguimos su regla anterior para afrontar este tipo de mierda: callar y permanecer de esa manera.
La compañera de cuarto de Bianca, Jo, me ha dirigido sus ojos entrecerrados varias veces. Hasta ahora, la he estado ignorando. Finalmente, mientras los otros tienen una charla tras otra, me inclino hacia ella, cogiendo su puntiaguda mirada y manteniéndola.
—¿Te conozco? —Pregunto, y se ríe sin una pizca de humor.
—¿En serio? Creía que las celebridades como tú estaban por encima de esas líneas, especialmente de una tan pasada de moda. —Su voz contrasta con la de su compañera de cuarto, ronca y casi masculina.
—¿Crees que fue una línea típica? —Río una vez y sacudo mi cabeza—. Lo siento, cariño, pero no. Solo estaba preguntándome que había hecho para ganar esa mirada de muerte. Imagino que te follé alguna vez y no lo recuerdo, y estás enfadada… o no quise contigo, y estás molesta. Entonces, ¿Cuál es?
Su boca se abre y sus ojos resplandecen. Cogiendo una de las botellas vacías de vino, se marcha airadamente a la cocina. Pienso en seguirla, pero decido no hacer el esfuerzo. Al menos ahora tiene una razón para odiarme.
Un par de horas más tarde, estamos como un montón de cachorros en el suelo, cabezas sobre los muslos, pies sobre los regazos, brazos extendidos sobre los abdómenes. La gente es mucho más amigable cuando están bebidos, pero no necesariamente más interesantes, Bianca está recostada al lado de un chico, que está pronunciando un discurso sobre qué constituye una mentira, filosóficamente hablando, y citando a Kant y a San Agustín. Nico está
acariciando la pantorrilla de Bianca, haciéndola gemir y luego se ríen una vez que su mano llega a su tobillo. Ella se sienta y aparta la mano, y luego se están besando. Es bastante fácil de ver a donde está yendo esta fiesta.
Cuando miro lejos de ellos, pillo a Jo dándome esa misma mirada desde el otro lado del círculo. Joder, incluso estando bebida su perra interior no se calma. Me quemaría vivo en el lugar si pudiera y no tengo ni idea de por qué. Le sonrío disimuladamente.
Cuando Bianca coge de la mano a Nico y le arrastra al pasillo, una de las parejas se separa en el sillón de la esquina, dejándonos a mí, a Jo y a otras dos personas que parecen preferir perder tiempo con nosotros que con los demás.
Les ignoramos y con el tiempo pillan la indirecta, retorciéndose el uno sobre el otro en el sofá, y luego Jo se levanta y se marcha a su habitación por el pasillo. Me levanto y la sigo.
Me pregunto si me morderá si voy detrás de ella, si me hará sangrar. Ella está de pie en el centro de su habitación y me acerco a ella, inclinándome para besarla, sin tocarnos nada más que nuestras bocas. Trazo sus labios con la lengua. Cuando la abre la meto dentro, acercándola más, es bueno por unos pocos segundos… y luego está empujando su lengua en mi boca, apartando mis manos y tomando el control.
No me importa que las chicas sean agresivas, joder, Paula no tenía ningún problema diciéndome qué quería y cómo lo quería, y algunas de mis antiguas parejas han sido de la misma manera.
¿Diciéndome qué hacer, a dónde ir? No hay problema. ¿Meterme una lengua en la garganta? No, gracias. Eso no son caricias estimulantes para mí, y hay que cambiarlo.
Para eso solo puedo manejar unos cuantos besos. Cierro la puerta y echo el cerrojo mientras ella se desabotona la blusa, y todavía estoy curioso por su animosidad anterior.
Especialmente ahora.
—Tienes que contármelo.
Se saca la blusa por los hombros.
—No tengo que hacer nada. Cállate y quítate la ropa.
Durante medio segundo, lo considero. No es sexo en cadena y ella es atractiva. La mayoría de los chicos generalmente no rechazarían el sexo en estas circunstancias.
No soy la mayoría de los chicos.
Me doy la vuelta y abro la puerta, sacándome el móvil del bolsillo para llamar a un taxi. La situación es casi lo suficientemente graciosa y estoy sonriendo. Antes de que salga por la puerta abierta, ella la empuja para cerrarla, respirando profundamente.
—Está bien, espera. Sí.
Mi mano todavía está en el pomo de la puerta.
—Sí, ¿Qué?
—Fue lo segundo. Estábamos en una fiesta, por lo que fuera, y una puta rubia se acercó y te cogió de la mano y tú simplemente te fuiste con ella —dice todo esto tan deprisa que parece que las palabras corren juntas—. Fue hace años. Antes de que nadie supiese quien eres. Te recordé, sin embargo, porque ningún hombre nunca me había humillado de esa manera. Nadie lo ha hecho desde entonces, tampoco.
La rubia fue indudablemente Paula. Ese era uno de sus jueguecillos favoritos, ella elegía alguna chica al azar en una fiesta o en un club, y me decía que tenía que ir a dejarla sin sentido. Y entonces, solo venía y me llevaba lejos.
Estaba tan cachondo por Paula que realmente no pensaba en cómo se sentían las otras chicas, siendo abandonadas así.
—No estoy segura de lo que quieres de mí ahora, para compensarte. ¿Mandarme a la mierda esta noche? ¿Qué sea el único hombre en la casa que no consiga nada? —Le doy una media sonrisa, con la esperanza de que de resultado. No estoy con el estado de ánimo correcto en estos momentos.
—No. Compénsame allí. —Señala a su cama y pone su mano sobre la mía, en el pomo de la puerta.
Mierda. Estoy atrapado. Supongo que he sido atrapado en el peor de los encuentros para tener sexo, cuando no estoy realmente motivado para ello.
—Siempre y cuando sepas que es solo por esta noche.
Se ríe. —Sí, sé todo sobre tu pequeño romance… ¿Es real o publicidad? Tardo un segundo en darme cuenta de que está hablando sobre Lali.
—Sí, no hables de eso.
Asiente. —Por supuesto. Bien. Lo entiendo.
Quito la mano del pomo de la puerta.
—Entonces está bien.
Me coge de la mano, llevándome al otro lado de la habitación.

—Entonces está bien.

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